lunes, 3 de abril de 2017

La tiranía de los valores


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Partido-trampa contra el primer equipo (en España) de Valdano, que lo despachó con un madrigal a Benzema: “Es una fábrica de paredes” (?). No es lo de Romario (“un jugador de dibujos animados”), pero todo es bueno para el convento de Valdano, que es como la trotaconventos del fútbol.
 
Cuando el fútbol sólo era bizarro, un futbolista podía llegar tarde a una entrevista y disculparse como hizo un portero del Athletic natural de Sao Paulo: “Perdona, es que estaba haciendo de cuerpo”. La misma, ay, que nos ofreció una vez en Madrid el camarero de un bar de setas que se demoró media hora entre plato y plato.

    Desde luego, hacía falta valor para desempeñarse así en la vida social, pero vivíamos bajo la tiranía de los valores, hoy convertidos por la socialdemocracia en disvalores.

    –Estos son mis valores. Si no le gustan, tengo otros.
 
Al marido de Sakyra, que trabaja de defensa en el Barcelona, no le gustan los valores del Madrid, y el piperío madridista, en vez de ofrecerle otros, ha tocado a rebato. Empieza uno escuchando a Piqué y termina leyendo a Carl Schmitt, que estudió la tiranía de los valores y el ruido que con ellos montó Ortega, que los había pillado de Max Scheler, en la España del 23.

    La filosofía de los valores es un producto alemán, y si nos detenemos en ella no es por darle palique a Piqué, sino por ir avisados a jugarnos los cuartos con el Bayern, que es como el Heidegger del fútbol: quiero decir que, hasta que lo destrozó Guardiola, tener que jugar contra el Bayern era como tener que leer “Ser y tiempo”.

    Hiedegger atribuyó la moda de los valores a la popularidad de la obra de Nietzsche, pues hay que saber que hubo un tiempo en que los jóvenes leían libros de Nietzsche en vez de tuits de Cassandra, la Hipatia de Podemos, cuyas profecías futboleras, por cierto, eran las del “establishment”:
 
Venciste a las semillas del odio que sembró Mou pero las hienas han seguido atacando. Gracias Casillas, por todo –tuiteó Cassandra en el claro del bosque heideggeriano.

    Con Nietzsche se hizo popular hablar de valores (vitales, culturales, espirituales), y todo el mundo tenía su sistema de valores como ahora puede tener su sistema táctico.

    La filosofía de valores surgió como respuesta al nihilismo decimonónico. En el fútbol, el nihilismo es la falta de goles, y cuando tal cosa sucede salta la discusión de los valores. La peña se aburre en el campo, y entonces hay una voz, el Zaratustra de la Grada Vieja, que estalla: “¡Aquí lo que no hay es valores!”
 
Siempre son los valores quienes atizan la lucha y mantienen la enemistad, es la fina observación schmittiana.

    –Las virtudes se ejercen, las normas se aplican, las órdenes se cumplen, pero los valores se imponen. Quien afirma su validez tiene que hacerlos valer: quien dice que valen, sin que nadie los haga valer, quiere engañar.

 No es el caso de Raúl, que no engaña a nadie volviendo al Madrid cuando, si por él fuera, podría trabajar para el Barcelona. Raúl representa el disvalor de la ausencia de valor. “Bueno, sí, ¿no?” Al contrario que Del Bosque, que hace el papel de Antonio Pérez del madridismo, Raúl nunca dijo que él no trabajaría para el Barcelona. El raulismo es relativismo, relacionismo y perspectivismo sin límite: todo lo que hoy hay que tener para triunfar en la vida. Sin rodeos lo dijo un día Dani Alves:

 ––Somos profesionales, no aficionados. Nos enamoramos de los sitios en función de lo que vivimos en ellos. Yo soy aficionado del Bahía y del Sao Paulo. Lo que he vivido en el Barcelona me hace amarlo, como amé al Sevilla, pero que no me cuenten películas, no somos aficionados.

Curro corta la coleta a Juanito

25 AÑOS DEL MINUTO 7

    Uno tuvo el privilegio de gozar, como socio infantil, del mejor Juanito, que fue el del Burgos, donde contó con un cómplice a la altura de su genio a contramano del mundo: Rafael Viteri. “En el Madrid, yo levantaba la cabeza, veía a Pineda e Isidro, y seguía regateando”, contaba Juanito para defenderse de su mala fama de chupón. Juanito tenía más de torero que de futbolista (hubiera cambiado su carrera en el Madrid por un mano a mano con Curro en Sevilla). Pero en el Burgos tuvo a Viteri, y ninguno de quienes estuvimos en el estadio olvidaremos jamás su sentada a Luiz Pererira en un 0-3 del Burgos del 76 en el Manzanares. Ayer, en el Bernabéu, se conmemoraron los veinticinco años de su muerte a los acordes del “Adagio for strings”, como si Juanito (“González”, por una tarde gloriosa en Puertollano), que se merecía más imaginación, hubiera sido un triste Roosevelt.