martes, 4 de abril de 2017

“Bello, come una volta”

Bello como una volta
 Bello como una
Jean Palette-Cazajus

Sábado noche. Ya muy tarde. Estoy trabajando. La tele ha quedado encendida, bajito. A punto de irme a la cama, veo que van a repetir una emisión del pasado verano. Lea Salamé, una periodista de moda, se llevaba a Alain Delon a los lugares de rodaje de “El gatopardo”.

Me puede la curiosidad. Y desde los primeros segundos noto que se apodera de mí un extraño sortilegio. Me sorprende la forma dolorosa y personal con que me viene impregnando esta búsqueda del tiempo perdido, a fin y al cabo televisiva y fulera. Lo que me invade irresistiblemente precisaría palabras proustianas. También se nota pronto que Delon –voz cansada– padece amargamente el martirio de tener 82 años y de ver cómo se descompone inexorablemente tanta pasada belleza.

Por las calles del viejo Palermo, camino del Palazzo Cangi donde se rodase la famosísima escena del baile, el veterano actor no pasa desapercibido. Surge una voz femenina desde la acera: “Bello come una volta”, “ Tan guapo como antes”. Sólo la viveza italiana podía repentizar cuatro palabras tan certeras.  A Delon lo invade un agradecimiento casi infantil Se vuelve hacia la señora, mayorcita. vivaracha: “¿Habla usted en serio?”. La señora y su hija confirman y le piden hacerse una foto. Delon coge del hombro a cada una de ellas y se le ve realmente emocionado. La señora también, que mete un poco la pata: “¡Doppo tanti anni!”.

 En el viejo Palermo

¡Y tantos! Son 53 desde la salida de la película, en 1963. La exclamación es cándida pero homicida. Delon pone cara de circunstancias. Si el talento de Proust fuese su magdalena, diría que a mí me ha tocado una migaja, y más bien pequeña. De modo que no intentaré explicar por qué esta secuencia improvisada, banal, callejera, me asestó tal navajazo emocional además de enconarme hasta el hueso la inadmisible úlcera del tiempo.

En el palazzo Cangi, los recibe la actual “principessa” Vanni Mantegna. Es francesa y se llama Carine. Más de medio siglo después, Delon abre la puerta de la bellísima galería de los espejos donde se rodó la escena del baile. Hoy  fascinante, solitaria, poblada de sombras. Pero una cosa es la ficción, por más que admirable, otra la implacable realidad histórica. La familia Vanni Mantegna piensa en vender el palacio, terminado en 1780. No pueden mantener sus 8000 metros cuadrados. La princesa concedió una entrevista a Le Monde, el 10 de junio 2016, y no se cortaba un  pelo:

 En la sala de baile

“Detesto Palermo, sólo la soporto por esta 'choza'...Si la transformase en  Bed & Breakfast de lujo no podría siquiera cobrar lo suficiente para amortizar la inversión por lo abandonado e inseguro que está el centro de la ciudad... Las visitas sólo puedo organizarlas con cuentagotas, si quiero evitar robos de muebles y objetos preciosos… Los únicos que me proponen ayuda son los franceses y los suizos. Parece que a los palermitanos se la refanfinfla”. Habla la princesa, no Pablo Iglesias. El municipio no tiene un duro, la región tampoco. Prefieren mantener a miles de funcionarios inútiles para asegurarse votos. La única solución, según la princesa, es la reducción de la fiscalidad sobre las residencias históricas. “Yo prefiero gastarme 30 000 euros en canalones -dice- que pagárselos a una de las regiones más corruptas del mundo.”

De algún modo seguimos en la película: indolencia frente al tiempo que todo lo sepulta; consentimiento fatalista a la degradación de las cosas. Quién no recuerda las palabras del personaje interpretado por Burt Lancaster: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie". El problema, lo vemos todos los días, es que nada tiene que ver el conservatismo político con el conservacionismo patrimonial.

Belleza, soledad, agonía