domingo, 30 de agosto de 2015

Trumpolín

Hughes
Abc

Apartir de ahora, el «Homérico» de Barry Fitzgerald se sustituye por lo de José Sacristán contra el IVA: «¡Necedad culturicida!».

Los guardianes de la Información, la Democracia y el Estado de Derecho, es decir, los que hablan hilado y estirando las copulativas, le han declarado la guerra a Trump por eyectar (así lo dicen) al anchorman Jorge Ramos, siendo anchorman presentador de noticias. En su biografía trumpiana, Robert Slater cuenta que antes de escribir una sola palabra ya tenía una carta amenazando con la demanda. Pero resulta divertido cómo se pone el personal cuando lo escandaloso no fue tanto su desprecio al periodista como que se hiciera en público. Lo normal viene siendo llamar al jefe del plumilla, no hacerle famoso mundialmente.
 
El método de comunicadores y comunicatrices es ir y venir de la emoción a la indignación.

¿Para qué están los actores si ya se emocionan los periodistas?

Ayer, en las noticias de A3, su presentadora, hablando de los refugiados, dijo que «la situación ya es insoportable». Con qué expresión no lo diría que entendí que era insoportable para nosotros, lo que sería menospreciar mucho nuestra capacidad. Estos días, la información sobre este asunto es una apabullante búsqueda de «historias y dramas humanos», adjetivo que ya va unido al patetismo y a la conmoción, no a una regla hermosa.

«Haz algo, Europa, ¡que nos llenan de metáforas el Mediterráneo!»

El resto del telediario es estacional: los exámenes de septiembre (¡todos haciendo como que estudian!), la vendimia, la vuelta al cole y el «morbo de la Champions». Más que noticias, costumbres.

Para apostar por «El Aprendiz» (el reality de Trump), Robert Wright, jefe de la NBC, se hizo una pregunta: ¿Hasta dónde se puede ser malo en televisión? Aquí la contestaron dándole el programa a Luis Bassat.
 
Para poder solidarizarse con Ramos, los anchorman de Estepaís tendrían que haber atacado el populismo de Pablo Iglesias en su primera rueda de prensa.

O sea, que de Trump a Bassat; y Sacristán, con su semblante de filatélico que no encontró el sello:
 «¡Necedad culturicida! ¡Necedad culturicida!».