lunes, 24 de agosto de 2015

La Liga y la Revolución

La Revolución Pendiente




Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Ahí es nada, comenzar la Liga en Gijón, cuna del batallador Luis Enrique y del reaccionario “Así, así, así gana el Madrid” en los “años negros” de Luis de Carlos.
    
Porque han de saber ustedes que, antes de los “años negros” de Mourinho, existieron los “años negros” de De Carlos, con el señorío, ay, por los suelos, y ello, según el periódico global, que lleva cuarenta años con el mismo tabarrón, por el “así, así” de Gijón en el 79, unas primillas a terceros en el 80 (que si al Sevilla, que si por ganar a la Real Sociedad) y la negativa de De Carlos a sentarse a almorzar con Núñez, que en todas las reuniones oficiales acusaba al Madrid de ganar la Liga con los árbitros.

    O sea, que ahí es nada, comenzar en Gijón una Liga que el Madrid tiene ganada porque lo ha dicho Simeone y porque, al decir del piperío periodístico, el calendario está hecho para dejar fuera de competición antes de Navidad al muy noble, muy leal y muy heroico Barcelona de Luis Enrique, el Batallador, a quien Ancelotti compensó con un triplete por el codazo de Tassotti, el de la napia de Buitre Buitáker de Gallardo, aunque el que viva como Buitáker, que vive en la columna de Colón en Barcelona, sea Luis Enrique, que vive en un andamio (y por Blasillo, Unzué).
    
El Madrid, para interrumpir la vida muelle del vestuario de Ancelotti, contrató a Benítez, entrenador-capataz que al menos prepara los partidos laborables, pero que no sé yo si estaría preparado para afrontar una Revolución.

    El primero que en Europa pronunció la palabra “revolución” en un sentido no astronómico fue François Alexandre Frédéric de La Rochefoucauld, duque de Liancourt, luego duque de La Rochefoucauld, y el último, el Pitu Abelardo, entrenador del Sporting.
    
En Versalles, tras los sucesos de la Bastilla, el duque de La Rochefoucauld despierta de noche a Luis XVI. “¿Es una revuelta?”, pregunta el rey. “No, Sire, es una revolución”, contesta el duque.
    
Antes del partido, no se sabe si por meter miedo al  Madrid, el Pitu, una especie de hijo intelectual de Vázquez Montalbán y Ada Colau, dijo que su equipo es “revolucionario, como Asturias”, que si él, que si la familia humilde, que si el padre carpintero, que si el abuelo republicano (Asturias, en efecto, se levantó en armas contra la República en el 34), que si la guerra civil, que si sin hambre no se juega en su quipo… El periodista del Nuevo Periodismo le da carrete (“más allá de eso, su equipo transmite muchos de esos valores de izquierdas”), y el Pitu lo resume:

    –Lo nuestro es robar.
   
Es decir, el fútbol visto por Valentín González, el Campesino.

    Contra el hambre del Pitu (el hambre, que según Camba, ha sido la mejor de las salsas de la cocina española, quiere ser ahora la mejor de las tácticas del fútbol español), ¿qué podía ofrecer Benítez, con su fútbol fabril y manufacturero?

    No comprendo la melancolía de los madridistas ante esta Liga, a pesar de la foto “lolaila” (costumbrista) de la familia Ramos (“¡el cotihero!”) en plan familia Ulises de la contraportada del TBO. En Televisión Española, la del contribuyente, la presentan como la Mejor Liga del Mundo: han fichado a Pablo Alfaro para hacer de Doctor Mateo y, culteros ellos, dicen… “¡a balón detenido!”



LA SALSA DEL FÚTBOL

    Aunque Luis Aragonés tenía la muletilla de “no cabe duda”, la duda de Descartes, el señor que inventó el racionalismo en un sueño, es la salsa del fútbol, y no el hambre del Pitu. Está la duda de si las renovaciones de Pepe y Ramos vienen del gol de Suárez al Madrid en Barcelona. De Benítez se decía que iba a Gijón “a despejar las dudas” de la temporada, que no se sabe cuáles son. Duda, en todo caso, es cómo va a rellenar el piperío el hueco sentimental dejado por Casillas en el banquillo del Bernabéu, tan grande, para los realizadores de TV, como el dejado en el banquillo “blue” de Old Trafford por la doctora Eva Carneiro, que no es precisamente el doctor Pablo Alfaro.