Ardilla entrevista
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La casta se refresca con machos izquierdosos (izquierdistas es otra cosa), y los periodistas recuerdan (en imagen de Fernández Flórez) a las hormigas que cuidan a ciertos pulgones para deleitarse con sus secreciones azucaradas.
Las más dulces son las de Alberto Garzón y Pablo Iglesias, cuyas entrevistas son las más solicitadas.
La interviú a Pablo Iglesias es, desde un punto de vista d’orsiano, un artículo que escribe uno y cobra otro.
Y la interviú a Alberto Garzón es la expresión de la necesidad al servicio de la necedad, en definición que hace Ruano en su prólogo a su “Baudelaire”.
Garzón es doctor, como Llamazares, y no se le conoce ningún trabajo, salvo el Twitter.
–Soy comunista y muy demócrata –dice Garzón.
Declararse comunista y demócrata no es un postulado político, sino un silogismo teológico. Pero Garzón no es ningún San Agustín, y para desgranarnos su laica Trinidad jura por Snoopy con una frase de camiseta: “Creo en los valores de la Ilustración y del Estado de Derecho”, entendiendo por Ilustración las citas falsas con que Cayo Lara llegó a la jefatura de lo suyo, y por Estado de Derecho, esa tautología demagógica (no puede ser otra cosa) que encandila al piperío.
Garzón e Iglesias son dos tetones de “la casta” (dicho sea en su lenguaje) cuyo ascenso en la cucaña escapa a la teoría de la circulación de las elites de Pareto, de quien tomamos la recomendación de ir a los hechos para evitar caer en “la engañosa costra de la ideología”: la cucaña de Garzón e Iglesias es el Estado, por el que avanzan nómina a nómina hasta la conquista final.
Iglesias y Garzón no salen de “Los miserables” de Hugo, sino del “Miau” de Galdós, y su enemigo de clase no es la burguesía, sino la cesantía. Alberto Garzón, el “apparátchik” que tuitea, es Ramón Villaamil, y Pablo Iglesias, charlatán y con cara de Cristo de Pasión Viviente en Chinchón, Víctor Cadalso. En otro folio diremos quiénes nos parecen las Miau.
