viernes, 9 de agosto de 2013

Lucía



Lucía en su Ponto, como Ovidio

Ignacio Ruiz Quintano
Abc
    
Estaba Antonio Burgos untando tostadas tuiteras con la manteca colorá que Barenboim (¡durar más que la batuta de Barenboim metida en manteca colorá!) le ha sacado a la Junta andaluza para la merienda de las tres culturas, cuando sonó el campanazo defintivo: Lucía Etxeberría abandona España y las redes sociales, que vienen a ser lo mismo.
    
¿En cuánto se nos pone cada cultura? –quería saber Burgos.
    
Entre lo que se lleva Barenboim por su “hat-trick” cultural y lo que Olli Rehn, ese señor Scrooge del Fondo Monetario con cara de Alec Baldwin (¿existe peor actor?) nos quiere quitar de los sueldos, escribir en la España de Mariano es llorar, y por eso los médicos le han dicho a Lucía que se vaya, que es cosa que sólo deberían decirle los lectores.
    
El caso de Lucía, que es un poco nuestra Rigoberta Menchú, recuerda al del Papus, el ayunador profesional, condenado a ayunar para poder comer.
    
Lucía se ve condenada a salir de España para seguir siendo española, es decir, narcisa (“igual que Scarlett Johansson, tengo la mala costumbre de hacerme fotos desnuda”), antitaurina como los Lindo (“los toros no son cultura”) y, desde luego, protestante por la donación de veinte millones de euros de Amancio Ortega a Cáritas (“niñas trabajando como esclavas para Zara”), sin pasar por alto la lucha contra otras “esclavitudes”, como la de la depilación femenina o la de la superstición del tamaño de las tetas, causas que escaparon a una sensibilidad con tanto prestigio progresista como la de Hemingway, que todo se lo gastaba en vino y sanfermines.

    ¿Sanfermines tenemos?

    –Si en lugar –dice Lucía– de soltar toros vivos en San Fermín, a los mozos los persiguieran otros mozos encerrados en un disfraz de toro, a la manera de los gigantes y cabezudos que persiguen a los niños, el encierro dejaría de ser cruel y peligroso.
    
Total que, desterrada por prescripción facultativa, Lucía es la única que puede decir, con propiedad, que le duele España.