La Venus Pandémica
¡Oh, Paula Vázquez!
¡Oh, Paula Vázquez!
Las mujeres que se aplican retoques tienen cierto histerismo en la risa y
una esponjosidad contradictoria en los pómulos tensos. El bótox y el
quirófano han hecho estallar los pómulos, como el hueso secreto de la
belleza femenina. Tienen poca expresión y una congelación fatal en el
rictus. No es el rigor mortis, pero quizás sea el rigor distinto de una
belleza perseguida y artificial
Lara
Hughes
Hace unos días, Gema Ruiz, inevitablemente conocida para los restos como la ex de Cascos, chica rubia y provincial que nos enamorara tan joven del brazo del ministro, se casó de nuevo. La ceremonia fue también la presentación de su nuevo rostro. Al parecer, Doña Gema ha pasado por el cirujano plástico, cosa en absoluta excepcional, pero su faz, novísima, sí tiene rasgos que merecen ser comentados. Con las debidas reservas, claro, porque en la prensa un experto comentaba que se trataba aún de un “rostro sin asentar”, es decir, sin conformar del todo, como pendiente de salir sus definitivas facciones de la bruma quirúrgica. Eso nos lleva inevitablemente a ese momento, tan de culebrón, en que la mujer que ha sufrido un accidente se empieza a quitar el vendaje para descubrir, como una Blancanieves sin inocencia, su nuevo careto de mujer fatal.
Las mujeres que se aplican retoques tienen cierto histerismo en la risa y una esponjosidad contradictoria en los pómulos tensos. El bótox y el quirófano han hecho estallar los pómulos, como el hueso secreto de la belleza femenina. Tienen poca expresión y una congelación fatal en el rictus. No es el rigor mortis, pero quizás sea el rigor distinto de una belleza perseguida y artificial.
Y aunque no sabemos ya dónde acaba el fotosop y dónde empieza el bótox, el nuevo rostro de Gema Ruiz es una mezcla perfecta de los rostros de Lara Dibildos y Paula Vázquez, con (cito ahora a una redactora estupenda del Sálvame, cuyo nombre no sé) la cosa pizpireta y pija de Carla Goyanes.
Y esa mezcla aún no conseguida de rostros hemos de empezar a verla como un logro, como una mejora de lo femenino. Lo femenino antes era una mujer frente al tiempo, pero ahora, cuando el esposo mire a su esposa, lo estará teniendo todo: a la antigua Gema, a la Gema de siempre, reconocible aún en algunos gestos en la estructura ósea, en la mirada; la boca salvaje de Paula, con la misma melena de acentos sexuales; la delicadeza de nariz y el perfil de princesa de la Dibildos; y la simetría de moneda, de niña goyesca de la Goyanes. Se sacrifica la naturalidad por la simetría, siguiendo una regla antigua y se consiguen muchas mujeres en una, como todas las Venus de la mitología. La Venus Pandémica (¡Oh, Paula Vázquez!) y la Venus Celeste de la niña Goyanes. Y saliendo de ellas, el amor tierno de la Gema Ruiz de siempre, aunque aún rechine de fondo en esa cara las caras de La Toya o de Paloma San Basilio, pioneras y Evas de esta nueva mujer.
Yo, como hombre voluble, donjuanesco, caprichoso y tornadizo, aplaudo esta consecución del ideal de todas las mujeres en un rostro, de muchas mujeres en los visajes de un único rostro.
Para saber de amor ya no será necesario haber estado con cuatrocientos cuerpos en cuatrocientas noches diferentes. Bastará una cara operada, en la que rían, parpadeen y ardan muchos rostros saliendo del rostro inicial de la mujer amada.
El don quirúrgico es el de la variedad que esa máscara de la femineidad de siglos le pone a la mujer.
Las mujeres que se aplican retoques tienen cierto histerismo en la risa y una esponjosidad contradictoria en los pómulos tensos. El bótox y el quirófano han hecho estallar los pómulos, como el hueso secreto de la belleza femenina. Tienen poca expresión y una congelación fatal en el rictus. No es el rigor mortis, pero quizás sea el rigor distinto de una belleza perseguida y artificial.
Y aunque no sabemos ya dónde acaba el fotosop y dónde empieza el bótox, el nuevo rostro de Gema Ruiz es una mezcla perfecta de los rostros de Lara Dibildos y Paula Vázquez, con (cito ahora a una redactora estupenda del Sálvame, cuyo nombre no sé) la cosa pizpireta y pija de Carla Goyanes.
Y esa mezcla aún no conseguida de rostros hemos de empezar a verla como un logro, como una mejora de lo femenino. Lo femenino antes era una mujer frente al tiempo, pero ahora, cuando el esposo mire a su esposa, lo estará teniendo todo: a la antigua Gema, a la Gema de siempre, reconocible aún en algunos gestos en la estructura ósea, en la mirada; la boca salvaje de Paula, con la misma melena de acentos sexuales; la delicadeza de nariz y el perfil de princesa de la Dibildos; y la simetría de moneda, de niña goyesca de la Goyanes. Se sacrifica la naturalidad por la simetría, siguiendo una regla antigua y se consiguen muchas mujeres en una, como todas las Venus de la mitología. La Venus Pandémica (¡Oh, Paula Vázquez!) y la Venus Celeste de la niña Goyanes. Y saliendo de ellas, el amor tierno de la Gema Ruiz de siempre, aunque aún rechine de fondo en esa cara las caras de La Toya o de Paloma San Basilio, pioneras y Evas de esta nueva mujer.
Yo, como hombre voluble, donjuanesco, caprichoso y tornadizo, aplaudo esta consecución del ideal de todas las mujeres en un rostro, de muchas mujeres en los visajes de un único rostro.
Para saber de amor ya no será necesario haber estado con cuatrocientos cuerpos en cuatrocientas noches diferentes. Bastará una cara operada, en la que rían, parpadeen y ardan muchos rostros saliendo del rostro inicial de la mujer amada.
El don quirúrgico es el de la variedad que esa máscara de la femineidad de siglos le pone a la mujer.
En La Gaceta