Menos mal que en nuestra época, en este siglo de Pericles del toreo que nos está tocando vivir, aparecieron esas resplandecientes figuras ganaderas de Victoriano del Río y Domingo Hernández, para poner las cosas en su sitio
José Ramón Márquez
A raíz de la corrida de novillos de Javier Molina dada anteayer en Madrid y de las apreciaciones ‘humanizadoras’ vertidas primeramente por el matador Julián López, el July, y a continuación por algunos periodistas afines sobre la salvajada que en su opinión constituye el poner a unos jóvenes aspirantes a la gloria taurómaca frente a corridas de respeto, se me vino a la memoria la famosa corrida que se dio en Vista Alegre el día 27 de junio de 1909, que paso a resumir para público conocimiento.
La Empresa de Carabanchel compró dos corridas de ‘novillos’ de García Bueno y dos de Carreros, que fueron verificándose a lo largo del mes de junio de aquel año. El ganado debía ser de aúpa, porque en esas corridas encontraron la muerte Alfarerito y Marinero, toreros perfectamente desconocidos para el aficionado contemporáneo.
La tarde que nos ocupa y dado que en el anterior festejo había ocurrido la fatal cogida de Marinero y se repetía la misma ganadería, el lleno en los tendidos fue completo. A la entrada de la Plaza dos mujeres de luto demandaban ‘las dádivas de la caridad’ para la viuda del infortunado Marinerito. Para matar ese regalo se anunciaron Machaca, Luis Mauro y Segovianito.
Al iniciar la faena a su primero fue cogido Mauro y volteado de forma aparatosa, sufriendo en el suelo una espantosa convulsión que el público interpretó de forma fúnebre. Fue retirado a la enfermería y de la muerte del novillo se encargó Machaca, que, aunque al entrar a matar por segunda vez fue cogido por la espalda, tuvo entereza para dejar una estocada contraria que despenó al bicho, pasando a continuación a la enfermería.
En el tercero de la tarde, Segovianito recibió una contusión en la ceja derecha al saltar por el 1. Machaca se encargó del cuarto, al que primeramente le dio Salvadorillo con limpieza el salto de la garrocha, sin importarle las dimensiones de la cornamenta del novillo, que sí debieron hacer mella en el ánimo de Machaca, pues el toro volvió a los corrales por su propio pie tras consumir el tiempo para la lidia y muerte del animal.
El quinto también volvió al corral, pero en este caso fue como medida de precaución para evitar desdichas, ya que súbitamente el ruedo se llenó de espontáneos. Una vez restablecido el orden, volvió a salir el toro y puso fin a su vida Fabián Cazorla, Machaquito de Madrid, que no estaba anunciado. En el sexto, al dar el primer pase, fue Machaquito aparatosamente cogido, volviendo el toro al corral y dándose fin a la tarde.
¿Habría sabido July hacer algo con aquellos Carreros? ¿Habrían tolerado aquellos espectadores tan prestos a arrojarse al ruedo las decadentes formas del toreo julianesco? ¿Habría sido admisible un crítico que se colocase frontalmente en contra de la corrida de los Carreros?
Si cualquiera de los espectadores de aquel domingo de Vista Alegre viese lo que en nuestros días es el toro y, sobre todo, lo que hoy es el toreo -que dicen que hoy se torea mejor que nunca-, pensaría que lo que estaba viendo en la Plaza era un espectáculo circense de doma, un ejercicio de sugestión, un despropósito. Nuestros abuelos eran muy bestias, por lo que se ve. Menos mal que en nuestra época, en este siglo de Pericles del toreo que nos está tocando vivir, aparecieron esas resplandecientes figuras ganaderas de Victoriano del Río y Domingo Hernández, para poner las cosas en su sitio... ¡No me quiero imaginar la historia del toreo si Machaca, Mauro, Segovianito o Machaquito de Madrid hubiesen llegado a conocer a los Garcigrande o a los cochinetes de Victoriano! Se habrían negado a ponerse enfrente de ellos sólo para evitar la rechifla, que una cosa es no llegar a nada en el toro y otra muy distinta ir haciendo el toneti.