Qué mejor día que el de los Inocentes para pisar por primera vez el estadio Vicente Calderón. Que no se nos encorajinen los amigos indios, que los tenemos y muy buenos, pero a este modesto vikingo no se le ocurre efeméride más apropiada para estrenar sus pasos por el sufriente coliseo del Manzanares, al que ya sólo le falta que se le caiga un lienzo de cornisa como al de Vespasiano en Roma. ¡Cuántas veces no habrá salido de este recinto el honrado hincha rojiblanco con la sensación de haber sido víctima de otra inocentada, una más!
Ahora bien, si algo me gusta de los atléticos es su capacidad infantil, chestertoniana, de esperanzarse: les anuncian a Simeone y lo reciben como si viniera de ganar dos Champions con el Brujas. Bueno, al fin y al cabo en eso de confiar estriba el busilis de la reactivación económica. O eso dicen los expertos, que es como se le llama en España a cualquiera que no sea de la ciudad, nos recuerda Ruiz Quintano.
Según nos vamos acercando al Calderón vemos cada vez a más gente en chándal. En una esquina hay una sucursal de La Caixa. Nos acercamos para sacar viruta pero topamos con un folio y cuatro tiras de celo: “No disponemos de efectivo”. Condición que hoy no es privativa de las inmediaciones del Calderón, por cierto.
—¿Recuerdas la sensación de llorar de alegría? —reza la propaganda oficial en una de las puertas del estadio, como invitando a contestar al indio indignado:
—Pues no, ya no la recuerdo, y va siendo hora de que me refresquéis la memoria, cabronazos.
Seguir leyendo: Click