viernes, 22 de octubre de 2010

Las cosas de Melquiades, el esquilador (V)



"CUANDO VOLVIÓ A BURGOS A MIRAR 'LO DE LA MILI'
LO HIZO VESTIDO DE JUGLAR..."


Francisco Javier Gómez Izquierdo


La cuadrilla alquiló un piso que pagábamos a escote, en un edificio viejo donde no vivía nadie y donde nos juntábamos a escuchar música, jugar al mus y comer bocadillos del Bar El Moreno. Los más novieros hacían fiestas a las que iban muchas chicas, pero Melquíades, Agustín, Alberto y yo mismo preferíamos jugar a las cartas ante la incredulidad de alguna de aquellas mozas.

Melquíades, en una de esas decisiones que no alcanzábamos a comprender, un día del 78 ó 79, se fue de la casa del padre y se quedó a vivir en el piso. Por aquel entonces, el mundo de la hostelería era muy noctámbulo, y en la noche pulula el que no madruga. Melquíades empezó a trabajar lo justo y a llevar al piso individuos poco recomendables. No tenía dinero y los fines de semana, cuando íbamos a nuestro refugio de libertad, se encargaba de bajar a por los bocadillos y poníamos dos duros más cada uno, para el suyo.

Luego supimos que fue una mala época; que se guisó un gato y que una de las chicas que le dejó un cachorro de pointer porque no se lo permitían en casa se enteró de que tenía intención de comérselo. Ahí descubrí la histeria.

Melquíades, convencido de la polución de su atmósfera, cogió su mochila y enfiló la carretera de Logroño. Cuando volvió a Burgos a mirar "lo de la mili" lo hizo vestido de juglar y la clientela de los bares paraban su conversar para escuchar sus hazañas. Era un Lazarillo vivo. Un Buscón de carne y hueso. El personaje más pintoresco de Gamonal.



Meqiades, portada de revista

Fue minero por la parte de Lérida en una mina en la que sólo trabajaban paquistaníes y tres o cuatro "carrilanos" como él. Sin contrato y sin papeles, recibían limosnas por el trabajo. Cogió al perito que les pagaba, lo ató a una vagoneta y le dijo adiós. Los revisores de los trenes le iban echando en las próximas estaciones. Se ofreció en las plazas de los pueblos para cualquier cosa. Cogió melocotones, peras, ciruelas, almendras... Durmió en los cementerios. Le pararon mucho los guardias. Aprendió que hay que caer bien al cura de la localidad, si quieres comer caliente... En fin,... mi memoria ya no es la que era y no recuerdo las peripecias que contaba de un modo impagable. Los obreros de las fábricas que hogaño van cerrando y los albañiles de la construcción, le pagaban metros de vino para que no parara de hablar.

-Melqui, te pago un metro de vino si eres capaz de beberlo.

-Venga, majo.. échalo.

Y Melquíades se bebía los vasos de clarete que cogían alineados a lo largo de 100 centímetros, mientras contaba lo bueno que era el vino de Francia y lo bien que le trataron en Burdeos.

A la vuelta de la mili, Melquíades y un servidor formamos sociedad y nos metimos a taberneros en Salgüero de Juarros. Con nosotros dos, la población casi llega a los cien habitantes.


Atardecer en Gamonal