domingo, 24 de octubre de 2010

En la muerte de Pancho Pérez


José Ramón Márquez

De la biografía de Pancho Pérez hay dos cosas que me entusiasman. Una es su sentido profundo y denodado de la amistad por encima del negocio y de cualquier otra consideración; la que mantuvo con su socio Jesús Polanco a lo largo de toda la vida, amistad de hombres, a la antigua, traspasada a la familia, amistad que sobrevive a todo, incluso a la muerte. La segunda es su exquisita forma de tratar su personaje público para que, siendo alguien muy importante, nunca lo pareciese, para estar siempre situado dos pasos atrás, en zona de sombra, y no tener apenas presencia pública, siendo mucho. Envidio, con envidia sana, su nivel de relaciones, las gentes con las que se ha tratado, las conversaciones en las que ha participado, sobre todo al otro lado del Atlántico, donde por casualidad fue a nacer para hacer honor a su irrenunciable estirpe de santanderino que nace en América, como podía haber nacido en Cádiz o en Los Corrales de Buelna.

Tuve ocasión de saludarle a la salida del funeral de D. Guillermo Luca de Tena. Esta tarde, una fotografía suya colocada tras el féretro en el que reposaban sus restos me ha devuelto la mirada luminosa e inteligente de un hombre de su siglo, de un montañés auténtico que, desde hace unas horas, descansa ya en paz.