miércoles, 3 de marzo de 2010

GLADIOLOS PARA GOYENECHE


elheraldo.com

Compro en la floristería varios ramos de gladiolos y sigo mi marcha hacia el cementerio. Me propongo llegar a la tumba de Gabriel Goyeneche para expresarle, 32 años después de su muerte, mi gratitud.

Goyeneche fue un asiduo candidato a la Presidencia de la República entre 1958 y 1970. Un romántico, un Quijote de la política. Sus ideas chifladas siguen en boca de los historiadores. Una vez propuso pavimentar el río Magdalena para comunicar a la Costa Caribe con el interior del país. “Eso es fácil y barato”, dijo, “porque ya el Río tiene el agua y la arena. Lo único que habría que echarle sería el cemento”. En otra ocasión soltó este disparate sublime: “Los tres grandes problemas de Colombia son: uno y dos”. Y todavía le sobraron arrestos para presentar ante la prensa un remedio contra la calvicie que, según él, les había permitido a muchos hombres recuperar el cabello. Uno de los periodistas, señalando sonriente la calva de Goyeneche, desconfió de la efectividad del remedio. “Lo que pasa”, respondió, altivo, “es que yo no hago los inventos para mi propio beneficio”. ¿No es ese, acaso, el modelo de político honesto que tanta falta nos hace?

En el mundillo de la política, plagado de gente majadera, es injusto dejarle a Goyeneche el monopolio absoluto de la estupidez. Lyndon Johnson acusaba a Gerald Ford de ser tan corto de entendederas que le resultaba imposible “masticar chicle y tirarse un pedo al mismo tiempo”. A Reagan, criticado como la personificación de la incultura, uno de sus detractores le inventó un chiste terrible: si algún día se le incendiaba la Casa Blanca podría perder sus dos únicos libros, “sin haber tenido tiempo de colorear ninguno de los dos”. Pero, ¿por qué ir a Estados Unidos a buscar los ejemplos, con lo caros que están los pasajes en avión?

Gustavo Gómez, el excelente periodista de Caracol Radio, nos presenta en su libro Palabras prestadas a un funcionario de Tolú que expone sin ruborizarse la siguiente teoría: si en el Golfo de Morrosquillo nunca se ha ahogado nadie pese a que no existe ni un solo salvavidas, tal vez es porque las playas tienen ventajas adicionales para los turistas. Hace 25 años, cuando yo empezaba mi carrera periodística en El Universal, fui testigo de varias mortandades de peces que alfombraron las calles de Cartagena. El alcalde de turno, en vez de referirse a la contaminación de la bahía, declaró que el desastre lo reafirmaba en su convicción de que dentro del agua había muchos peces que seguían vivos.

Goyeneche se diferencia del común de los políticos en que sus ideas absurdas eran realmente inocentes. Jamás redactó leyes para después ayudar a sus amigos a violarlas. Jamás se alió con escuadrones asesinos para atentar contra la población civil. Y no perteneció a la estirpe de los mercenarios que cambian de partido según sus conveniencias. La pavimentación del río Magdalena podrá ser, carajo, la propuesta más risible de nuestra historia, pero al final de cuentas no nos costó ni un solo centavo. Por eso Goyeneche se merece todos estos gladiolos que ahora arrojo sobre su tumba. Porque fue un político bruto como muchos, pero pulcro como él solo.

[Vía Ricardo Bada]