Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Me pasó con Cocinosito, y me vuelve a pasar con Boticario. Cocinosito era un toro del señor conde de la Maza que fue tirando de sobrero en los corrales de Las Ventas durante casi media feria. Boticario es un toro del señor duque de Montoro que lleva camino de igualar el registro de Cocinosito y, antes de que eso ocurra, uno echa la pierna adelante para rendirle este homenaje. Decía Pemán que una de las cosas peores que pueden pasar en ningún espectáculo taurino, como en la misma guerra, es que se degrade al enemigo. Por eso había “adornos” que a él no le agradaban, como lo de besar y acariciar al toro, y menos apoyarse en su testuz como quien va a echar una siesta. Esto, pensaba, es como decirle al público que está uno toreando un perchero o una mesa de noche: “Y es como cuando Queipo de Llano llamaba ‘rojillos’ a los enemigos en la guerra civil. No conviene usar diminutivos para ningún enemigo de guerra o lidia, porque, inevitablemente, el diminutivo rebota y recae sobre la propia lidia o guerra.” En España, sin embargo, persiste la costumbre, bastante maricona, de ponerles a los toros “nombrecicos”, frente al nominalismo viril de la tauromaquia mejicana, que bautiza a los morlacos con los nombres de las ciudades, de los políticos, de los acontecimientos o de los críticos. Pero Boticario no me parece un nombre maricón para un toro que está de sobrero –y a mucha honra, diría él– en la primera plaza del mundo. ¿Cómo es? ¿Qué torero le gusta? ¿Qué impresión causaría en el 7? ¡Ah, la iracundia del 7! El 7 son los “ultras” de los toros, y los “ultras” no razonan, sino que se desmelenan sobre un supuesto mundo moral de fraudes, intenciones, camelos y trucos económicos que creen ver detrás de la caída de un toro, cuando todo el mundo sabe, porque lo ha dicho el gerente Ballesteros, que es veterinario, que los toros se caen porque no les cortan las uñas. Pero los “ultras”, en vez de con Ballesteros, la toman con Lamarca, sencillamente por ser “clásico” y patriarca de la tradición.
