lunes, 17 de junio de 2024

"In memoriam" de Antoñete, "la religiosidad del humo y de la sangre" (Claudio Rodríguez). Su tauromaquia. José Ramón Márquez

 


JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ


Lo mejor de la corrida ésta del «in memoriam Antoñeti» tomando la licencia de hacer a Antoñete nombre de la segunda declinación en aras de mayor precisión, ha sido la cantidad de evocaciones que nos ha traído de un pasado tan cercano como extinguido. Antoñete, lo hemos dicho infinidad de veces, fue un torero de aficionados, como también fue un vivero de aficionados que con él descubrieron qué es torear. La añoranza de su valor, de su conocimiento de las condiciones de las reses, del clasicismo de sus formas, de la verdad de su cite, de la perfección de su colocación, del destructivo poder de su muleta nos acompañan siempre, como nos acompaña su corta y esencial tauromaquia compuesta de ocho lances y pases, tal y como la diseccionó Jorge Laverón en su librito «La Tauromaquia de Antoñete», a saber: la verónica, la media verónica, el derechazo en series de tres pases, el natural -el que se da en la distancia y el otro-, el de pecho, el ayudado por alto y por bajo y el trincherazo. ¿Para qué más? Y que nadie venga con la monserga de que fue «torero de toreros» porque si así fuera le habrían salido imitadores, como le han ido saliendo al Juli por decenas. Y no le salían imitadores porque para torear como Antonio Chenel había que ser Antonio Chenel: “figura a los veinte años. Acabado a los treinta. Acabado a los cuarenta. Mito a los cincuenta» (Laverón).


No se entiende a santo de qué se montó este in memoriam, porque ni se celebra un aniversario redondo de su nacimiento -el día 24 de junio habría cumplido 92 años- ni de su óbito -el 22 de octubre hará ya 13 años-, sino que más bien parece que han tomado de zascandil al del mechón que lo mismo les sirve para dar nombre a una copa, la copa Chenel, con lo que a él le gustaban las copas, que para montar esta corrida de hoy en la que lo que más evoca a Antoñete es la ganadería de Jandilla, que es la misma con la que se anunció en Antequera en 1998 en su corrida mano a mano con Curro Romero, corrida goyesca, una de las mejores tardes de toros a las que uno ha tenido la dicha de poder asistir. Fuera de eso, nada de lo que hoy se proponía llevaba la más mínima evocación a Antoñete. Ni siquiera el entradón que registró la Plaza, que nos hizo recordar aquella tarde del 98 en que, vestido de lila y oro, mató dos toros en Las Ventas como regalo a la afición, con las puertas abiertas de par en par, para que entrase de balde quien quisiera, y ni siquiera llegó a llenar una sólida media entrada. Acaso cuando esta tarde vimos volar por los aires a Paco Ureña en el sexto pensamos, tras el formidable batacazo que se pegó, que en una parecida circunstancia la osamenta de vidrio de Antoñete, sus «huesos de azúcar» se habrían hecho pedazos y ya nunca más habríamos vuelto a ver erguido a Chenel.


Apenas merece la pena detenerse en el fiasco de corrida de toros que perpetraron hoy en homenaje a Antoñete, y aquí acude una nueva evocación al recordar el encierro que le preparó Chopera para su segunda retirada de los ruedos, la de septiembre de 1985, con aquellos infumables toros de Belén Ordóñez, y eso que Antoñete se lo fumaba todo. Hasta pitos escuchó en su segundo en aquella aciaga tarde, aunque luego en desagravio le sacamos por la Puerta Grande sin haber cortado ninguna oreja, que a él no le hacían falta orejas para abrir esa puerta.


Decía Antoñete que «la colocación es imprescindible. En el toro y en la vida. Hasta para tomarse una cerveza en la barra de un bar, conviene estar bien colocado», y eso es lo que trajo Talavante como homenaje a Antoñete, pues sus dos faenitas estuvieron presididas por la descolocación para dar toda la razón al maestro y explicar por qué esa sucesión ininterrumpida de pases sin motivo ni finalidad alguna no conseguían cobrar vuelo ni emocionar a nadie, y mira que hay gente ansiosa de emocionarse a las  primeras de cambio.


También decía Antoñete que «la distancia es fundamental, entre otras cosas para que surja la belleza de la arrancada del toro», y ahí por un momento lo quiso interpretar Paco Ureña, cuando citó de largo a su segundo, Ochavón, número 158, y ese ha sido el único y verdadero in memoriam que ha habido para Antoñete en toda la tarde, claro que Chenel lo hacía distinto porque él no andaba probando. Donde él citaba es donde sabía que el toro se le iba a venir. Ureña no tiene la intuición y el conocimiento que tenía Antoñete y por eso porfía en su cite hasta que al final halla la distancia adecuada y el toro se arranca. Pero en cualquier caso es de aplaudir Paco Ureña, que es el único que en esta tarde ha querido hacer un guiño a la tauromaquia del homenajeado.


Sobre la forma de torear, Antoñete decía que hoy «se torea más bonito que nunca […] eso no quiere decir que se toree mejor que nunca», y si no que se lo pregunten a Manzanares en su primero, que explique esa falta de compromiso con lo esencial, que explique su toreo ligero, sin alma y sin apreturas, su toreo de fast-food, desnudo de espíritu, su vana exhibición de estética y acompañamiento.


«El toreo es de arriba abajo y de delante atrás», decía Antoñete como el profeta que clama en el vigente desierto del toreo a la media altura, del remate por alto de los pases, muchas veces para tratar de conseguir que el toro no se desplome, o se deslome. Y donde Antoñete pone la firmeza de su muletazo en el que domina al toro que embiste embebido en la muleta, ese muletazo que templa la embestida y manda sobre ella, hoy vimos, como tantas otras tardes, acompañar la embestida, dejar que el toro se dé él solo el pase y que se quede colocado él mismo a la salida.

 

De toda la tarde lo único que se salió del deplorable guión fue la disposición de Paco Ureña con el sexto, su entereza para volver al toro muy mermado de facultades tras la fuerte caída que sufrió y rematar su obra poniendo en la Plaza la emoción que había estado ausente de ella durante el largo transcurso del festejo.


Javier Ambel bregó con mimo y conocimientos al quinto de la tarde al que Manuel Cid picó con claridad y mesura. Las cuadrillas decidieron, para su particular in memoriam de los peones de Antoñete, en general, mirarse más en los modos de Periquito que en los de Montoliú.











FIN