Dalmacio Negro
“El problema de la humanidad es que los estúpidos están seguros de todo y los inteligentes llenos de dudas”, decía Bertrand Russell. Es la causa del éxito de la revolución en marcha en Occidente, en realidad una contrarrevolución, para instaurar la religión de Koalemos. Un dios muy importante desde el origen de los tiempos, pero relegado a la oscuridad por otros dioses. Stultorum infinitus est numerus decían ya los sabios en la antigüedad, la población se ha multiplicado desde entonces y con la ayuda de los fieles al dios, cuyos sacerdotes son los políticos, aumenta la estupidez.[1] Si triunfase esta gran revolución contrarrevolucionaria, la humanidad tendría por fin una sola religión, la más adecuada la naturaleza humana pues reinaría la paz perpetua y sería feliz.
Lo que sigue son elucubraciones muy someras sobre tan interesante tema para intentar entender los grandes cambios que se avecinarían en un mundo donde las redes sociales difunden universalmente la estupidez según Umberto Eco. La parte del mundo llamado occidental parece estar ya en trance de devenir una tontosfera asentada además en la corrupción (del latín corrumpere, destruir completamente). Y es que la Historia está llena de sorpresas. Por eso es divertida, decía Ortega.
1.- “Vivimos en tiempos de locura colectiva”, escribe Douglas Murray al comenzar La masa enfurecida. Cómo las políticas llevaron al mundo a la locura.[2] El momento actual es mucho más revolucionario y universal que la Gran Revolución Francesa. Es tan anormal,[3] que ha devenido normal hablar del comienzo del reinado del Anticristo —la Jerusalén terrenal—, del Apocalipsis, de la Gran Tribulación o, simplemente, del fin del mundo. Contribuyen a estos pronósticos la pandemia real o supuesta o el mito cientificista del cambio climático en el que cree hasta el singular papa jesuita Francisco, “fascinado, dice Chantal Delsol, por la religión ecologista y el humanitarismo post cristiano”.
Pero, como advertía Polibio (200-118 a. C.), no se deben atribuir a intervención divina acontecimientos de los que cabe descubrir las causas que explican su origen y su fin. Es, pues, más pertinente relacionar el desconcierto existente con el hecho de que las sociedades democráticas que se consideran “liberales”, están empezando a ser, o son ya, plutocracias oclocráticas gravemente estúpidocráticas, debido a la crítica autodestructiva de las costumbres, los usos, la historia, las tradiciones religiosas, morales y políticas por el individualismo hipermoderno heredero de la consigna de los jacobinos franceses que proclamaron 1789 —legalmente en 1792— el Año Cero de la nueva historia del hombre liberado del pasado. La combinación de las políticas “identitarias” del multiculturalismo de moda, que confunden las diferencias naturales con la “diversidad” —la colectivización de la idiotez— puede ser la mejor explicación del suicidio revolucionario de la civilización occidental al devenir multiconflictiva la sociedad multicultural desencadenando guerras intraestatales, de momento culturales.
2.- Voltaire fundó la filosofía de la historia pero no entendió su sentido profundo. Decía, que la estupidez es «una enfermedad extraordinaria», propia de narcisistas incapaces de percibir su estupidez. Con la particularidad de que, como «no es el enfermo el que sufre por ella, sino los demás», es socialmente más peligrosa que el dominio de los malvados. Porque, la observación es también de Ortega, “el malvado descansa algunas veces; el necio jamás”. Efectivamente, el tonto, personaje inconfundible con el inculto y el ignorante,[4] no tiene límites. Lo confirmaba Einstein: “La diferencia entre la estupidez y el genio consiste en que el genio tiene límites”. Constatación supercientífica por quien la hace, que excluye a la gente normal, que se guía por el sentido común, el mayor enemigo de la estupidez. Una razón para que intenten los estúpidos extirparlo cuando consiguen el poder, pues el estúpido es un egoísta intelectual intolerante, engreído y fanfarrón. De ahí la quinta regla del manualito de Cipolla —“la persona estúpida es la más peligrosa que existe”— acorde con Moreno Castillo.[5]
A los pesimistas Voltaire y Ortega les faltó añadir que los estúpidos, si tienen poder, se convierten fácilmente, sin darse cuenta, en canallas. Corrompen instintivamente la cultura —la peor de las corrupciones— para afirmarse en el poder, como está ocurriendo en este momento, en que los tontos encanallados pervierten a los niños argumentando que “los hijos no son de los padres”,[6] dándole la razón a Unamuno, para quien “el tonto es avieso, envidioso, mezquino”.
3.- Se dice que la estupidez humana es una constante matemática. Observando su presencia en todas partes, Flaubert dictaminó en la novela inacabada Bouvard et Pécuchet, que “la estupidez es el enemigo”.[7] Realidad que suelen olvidar los historiadores: un dato importante en la historia es la lucha de Koalemos contra el sentido común como descubrió Hanlon algo tardíamente aunque no faltan antecedentes antiguos. No obstante, hay que distinguir la estupidez normal en la vida corriente, en la que todos hacemos tonterías, de la estupidez, mucho más grave, de las clases dirigentes. La primera, inofensiva colectivamente, puede ser un tema literario, teatral o del cine, que le ha dado rango de arte con Chaplin, Stan Laurel y Oliver Hardy, Jerry Lewis, etc. La segunda es revolucionaria: convierte la simple estupidez, con la que hay que contar siempre, en una enfermedad sumamente contagiosa y peligrosa que destruye los pueblos que padecen gobiernos estúpidos infectados por la ideología como una forma mentis —“las ideas tiranizan al que tiene pocas” (Gómez Dávila)—, o, sencillamente, porque los estúpidos se han hecho con el poder aupados por la masa de necios con la colaboración, no infrecuente, de negociantes que se aprovechan de la estupidez ajena. El hombre-masa de Ortega es el individuo normal contagiado de estupidez dirigido por los avispados que explotan a las masas. “Los que más han favorecido y alimentado la Estupidez del pueblo son los que han sacado mayor provecho”, decía Jean Paul Richter en 1782.[8]
Decía Oliverio Cromwell: «Un hombre nunca va tan lejos como cuando no sabe a dónde va» y el gobierno de los estúpidos es una inversión revolucionaria de las jerarquías naturales. «El que es necio servirá al sabio» (Proverbios 11, 29). La inversión del orden jerárquico en la vida pública constituye la causa de que sea hoy la estupidez colectiva un fenómeno en expansión, descrito como infantilización por los preocupados por la difusión e intensidad del fenómeno en la vida corriente.[9]
4.- El mayor peligro de la estupidez (de stupidus, aturdido) consiste en que no es totalmente incompatible con ser “listo”, palabra de origen incierto que podría estar relacionada con la alemana List, astucia. «La probabilidad de que una persona determinada sea estúpida, escribe Carlo M. Cipolla, es independiente de cualquiera otra característica de la misma persona».[10] “Toda forma de inteligencia tiene su forma de estupidez” decía Robert Musil. El estúpido puede ser inteligente, pero desconectado de la realidad, por ejemplo por la ideología[11] o las redes sociales, tiende a vivir en la irrealidad. Una causa frecuente es la vanidad, pasión frecuente en los políticos observó Thomas Hobbes. La soberbia es “un hada que satisface todos los deseos del idiota”, sentenciaba J. P. Richter. Pero, aunque el político no sea idiota, la vanidad desvía u oscurece con frecuencia la inteligencia y el inteligente vanidoso aspira a ser lo que no es y actúa estúpidamente causando desastres colectivos.
Por otra parte, es una ley antropológica, que a los idiotas les gusta la compañía de idiotas. Y debido al gran número de políticos que requieren la democracia —¿existe tal cosa?— y la burocratización en los gobiernos estatistas —prácticamente todos— apoyados o elegidos por la masa de los estúpidos, cabe hablar hoy del predominio del “género idiota” en la vida política. A los carreristas políticos listos o imbéciles de la demagogia que se presenta como democracia, no les importa promocionar a estúpidos manipulables o hacerse pasar ellos mismos por estúpidos, si les conviene para atraer a los tontos. El resultado es que casi todos los gobiernos están en manos de demagogos, cuyo “secreto”, decía hace más o menos un siglo el crítico del periodismo Karl Kraus, «consiste en hacerse tan estúpidos como su público para que se crean que son inteligentes como ellos». Lo que incrementa la estupidez ambiental.
Se suma que, en todo orden político, existe siempre, decía Wilfredo Pareto, una elite política y económica, una oligarquía, la forma real de todo gobierno como mostró Gonzalo Fernández de la Mora en La partitocracia.[12] Y puesto que el idiota (de idiotes, ιδιωτης) es el mejor amigo de sí mismo, la estupidez con poder político y cultural es muy rentable para las oligarquías económicas, sobre todo, si va unida a la falta de escrúpulos y a apelaciones emotivas al humanitarismo. Eso explica, por ejemplo, que los gobernantes herodianos y los innumerables lerdos que pueblan la tierra, promuevan o consientan la vesania del aborto —el mayor, con mucho, de los genocidios— y la eutanasia —otro futuro genocidio— por motivos humanitarios, que benefician sólo a los negociantes. Wer Menscheit sagt, will betrügen!, quien apela a la humanidad quiere engañar, decía Carl Schmitt.
5.- La decadencia de Europa, víctima del consenso político partitocrático entre las oligarquías, lo contrario del consensus omniun de Cicerón, el consenso social determinado por el êthos que unifica los pueblos, es innegable. “No hay nada que adoren más nuestras élites que el consenso: los gobernantes de la Europa institucional creen ciegamente en él, porque piensan que la política es una ciencia, denuncia inútilmente Chantal Delsol. El cientificismo del consenso político partidocrático ha conseguido que estén casi todas las naciones europeas en manos de necios, gentes infantiles, incluso por su edad, sin que falten resentidos, malvados, delincuentes, que invocan el humanitarismo descrito por R. H. Benson en 1907 en la novela apocalíptica Señor del mundo.[13]
La decadencia europea suele compararse con la del Imperio Romano de Occidente. Se aducen diversas causas. Philippe Fabry sostiene, combinando las interpretaciones de Mijaíl Rostovtzeff y Montesquieu, que la causa principal fue la pérdida de la libertad. El principio, ley o navaja de Hanlon —“no se debe atribuir a la maldad lo que es casi siempre consecuencia de la estupidez”—[14] podría completar la explicación.[15] La experiencia histórica enseña, que los hombres se vuelven estúpidos cuando decaen sus civilizaciones y la decadencia de la libertad pudo tener que ver con la intensificación de la estupidez colectiva. Ortega lo recordaba utilizando precisamente el ejemplo del Imperio Romano cuyas oligarquías dirigentes degeneraron en castas decadentes. Ocurrió en la URSS y está ocurriendo en la UERSS (Unión Europea de Repúblicas Socialistas Soviéticas).
6.- No es difícil explicar por qué deviene la estupidez un fenómeno colectivo ni su intensificación. La frase mencionada más arriba stultorum infinitus est numerus está escrita nada menos que en el Eclesiastés (1, 15). Su traducción latina en la Vulgata de San Jerónimo es discutida. Pero coincide con la frase del pagano Cicerón stultorum plena sunt omnia, “todo está lleno de necios”, en la Epistola ad familiares (9. 22. 4). Asertos corroborados también por Albert Einstein con su autoridad: «Hay dos cosas infinitas: el Universo y la imbecilidad humana, pero yo dudo de la primera». Lo prueba en este momento la intensidad de la politización impulsada por la ideologización —hasta “lo personal es político”—, que promociona la estupidez para sustituir a la religión, el antídoto por antonomasia contra la estupidez al preservar el sentido común. Pues la excepción que confirma la regla son justamente los fundadores religiosos de las civilizaciones, que, sabedores de lo que decían el Eclesiastés, Cicerón y otros sabios, querían cambiar la condición humana. No es raro que se haya convertido el psiquiatra, sustituto laico del confesor, en el médico de cabecera al migrar la fe en Dios al Estado y al mercado como dice Cavanaugh.
La politización, que sustituye la religión por la política, afecta en primer lugar a las clases dirigentes. Obnubiladas por “los anticuarios de la ideología” (Gregorio Morán) y el humanitarismo maternal de las bioideologías feministas —las mujeres como la clase oprimida según la fe marxista/leninista— empieza a ser tan evidente como la influencia de la propaganda, no menos humanitarista, y, cabría añadir, misericordiosa sin dejar de ser destructiva, de los media, el cuarto poder.Decía Gómez Dávila en uno de sus famosos escolios: «La compasión, en este siglo, es arma ideológica». Arma fácil de manejar hasta por los más estúpidos, la utilizan gobernantes y negociantes para atraer y convencer a las masas —el “ser social” del marxismo— que explotan. La compasión, que es sentimental, está bien, pero no es lo mismo que la caridad.
7.- Uno de los problemas de las “sociedades opulentas” (J. K. Galbraith) actuales consiste, efectivamente, en la alianza entre las élites políticas y económicas en la época en que La rebelión de las masas (Ortega) coincide con La rebelión de las elites y la traición a la democracia (Chr. Lasch).[16] Alianza que explica, que monopolice la política, no sólo el individuo manqué, que, decía Michael Oakeshott, empezó a tener popularidad y seguidores en la época moderna, cuando se constituyó el nuevo estamento de los políticos al afirmarse el Estado como la forma de lo Político, sino también el eterno estamento de los idiotas. Contra el primero, clamaba ya el jesuita Pedro de Ribadeneyra en su Tratado de la religión y virtudes que debe tener el príncipe cristiano para gobernar y conservar sus Estados. Contra lo que Nicolás Machiavelo y los políticos de este tiempo enseñan (1595). Contra el segundo, mucho más numeroso, atestiguaba Richter en el ensayo citado en que se hace pasar por portavoz de la Estupidez como “el remedio universal largo tiempo buscado contra todas las enfermedades”.[17] “Los engendros han jugado un papel en nuestras revoluciones”, observó Chateaubriand.
[1] Coalemo, (en griego Κοάλεμος, en latín Coalemus) era el dios griego de la estupidez. Hijo de la diosa Nyx (Nox en Roma), la diosa de la oscuridad, hija del Káos y muy temida por Zeus, protegía a los imbéciles y los tontos. Sus rivales decían que era mentiroso, astuto y malévolo.
[2] Barcelona, Península 2020. La primera frase del libro.
[3] Vid. G. Steingart, Das Ende der Normalität: Nachruf auf unser Leben, wie es bisher war. Munich, Piper Verlag 2011..
[4]El famoso sabio conde de Keyserling gustaba conversar con los pastores de Gredos y el Baztán, que consideraba entre los hombres más cultos del mundo.
[5]C. M. Cipolla,Las reglas fundamentales de la estupidez humana. Barcelona, Planeta 2013. R. Moreno Castillo, Breve tratado sobre la estupidez. Madrid, Fórcola 2018.
[6] ¿Son res nullius o bienes del Estado? Si son del Estado, ¿copula el Estado?
[7] Vid. P. de Tena, “Lugares comunes de la estupidez humana para reírse amargamente con Flaubert”. libertaddigital.com (27. XII. 2021). Estudios sobre la estupidez: Elogio de la locura de Erasmo de Rotterdam (1466-1536) es un clásico. R. Musil, Sobre la estupidez. Erdmann. Prólogos de F. Duque y R. Breeur. Madrid, Abada Ediciones 2018. H. L. Mencken, Prontuario de la estupidez humana. Barcelona, Martínez Roca 1992. A. Glucksmann, La estupidez. Ideologías del postmodernismo. Barcelona, 3ª ed. Península 1997. P. Tabori, Historia de la estupidez humana (1999). En Internet. G. Livraghi, El poder de la estupidez (1985). Barcelona, Crítica 2010. L. Jerphagnon, ¿La estupidez? Veintiocho siglos de opiniones sobre la estupidez. Barcelona, Paidós 2011. J. P. Richter, Elogio de la estupidez (1782). Madrid, Sequitur 2012. R. Schack, Zeitalter der Idiotie. Wie Europa seine Zukunft verspielt. Berlín, Das Neue Berlin 2023. Peter Hahne, sin duda un nazi, incita a rebelarse contra la idiotez, de la que culpa a la ideología, en su librillo Ist das euer Ernst?!Aufstand gegen Idiotie und Ideologie. Colonia, Quadriga Verlag 2024. Elogio de la locura de Erasmo de Rotterdam
[8] Op. cit. P. 102.
[9] Vid. J. Benegas, La ideología invisible: Claves del totalitarismo que infecta a las sociedades occidentales. Independently Publiished 2020.
[10] Las reglas fundamentales de la estupidez humana. Barcelona, Planeta 2013. 1, p. 22.
[11] La Asociación de matemáticos norteamericanos ha declarado racistas las matemáticas. Dreuz.Info.com (10. X. 2020).
[12] Reed. Fuenlabrada, NSD Editores 2024:
[13] Madrid, Palabra, 3º ed. 2015. Es curioso que el papa Francisco recomiende este libro, publicado en 1907, que recuerda la religión de la Humanidad de Comte, una religión del sentimiento. Por ejemplo, el himno de la Nueva Fraternidad —“Señor que habitas tierra y mares”…— combina sentimientos y emociones que exaltan el humanitarismo.
[14] Ph. Fabry, Rome. Du libéralisme au socialisme. Leçon antique pour notre temps. Paris, Jean-Cyrille Godefroy 2014. Rostovtzeff, Historia social y económica del Imperio Romano (1926). Madrid, Espasa Calpe 1981.
[15] R. Moreno Castillo apostilla con razón, que es más dañina la estupidez: «la estupidez es más dañina que la maldad porque es más fácil luchar contra la segunda (porque actúa con una cierta lógica), que contra la primera (que carece de ella). Con un malvado se puede dialogar e incluso convencerle de que podría ser mucho más feliz convirtiéndose en una buena persona. Un estúpido, en cambio, es invulnerable a los razonamientos. Si pudiéramos suprimir la maldad en el mundo sería un poco mejor. Pero si pudiéramos suprimir la estupidez, el mundo sería muchísimo mejor». Intr. p.18. La estupidez es como un pecado. Vid. H. Conrad Zander, “La estupidez es pecado”.
[16] Vid. W. T. Cavanaugh, Migraciones de lo sagrado. Dios, Estado y el significado político de la Iglesia. Granada, Nuevo Inicio 2021.
[17] Op. cit. P. 19.
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