miércoles, 31 de enero de 2024

Castidad


Masaccio

Hughes


Nos ha contado don Dalmacio cómo, a partir del 68, el homo economicus ya no está solo. A su lado está el homo sexualis. Lo dijo Larkin: el sexo se inventó en 1963, un poco tarde para mí. Si la revolución leninista era también sexual, en el sexo, como en el Estado, se encuentran izquierda y derecha un siglo después. Por eso, cualquier planteamiento superador (liberador) presenta una naturaleza subversiva.


Hay mucho espiritual y algo también, sin querer, político en Castidad (Encuentro), el reciente libro de Erik Varden. Parte el autor, un monje que se convirtió escuchando a Mahler —casi como Alfonso Guerra—, de una preocupación etimológica y semántica. Castidad no es celibato, nos quiere decir. Es mucho más. Limpia, aclara, potencia y ofrece el concepto. La castidad es integridad, elegancia, pureza, consciencia. Castidad es, lo dijo el Papa del castísimo José, un amor que no quiere poseer; un amor al que le bastara la mirada, mirada no depredadora, ubi amor, ibi oculus, sólo la contemplación. «Un modo de vivir atento y reverente».


El autor, jubiloso, nos ofrece, sin rebajarla, un sentido amplio de la castidad: puede ser la danza, el cuerpo unido a la gracia por la pura belleza; el intento de fidelidad, el amor matrimonial… Varden, optimista, nos dice que incluso el desenfrenado libidinoso está cerca de ser casto porque del eros carnal al espiritual no hay tanto…


Varden huye así de la caricatura actual del celibato (hoy la más maltratada forma de virilidad es la virginal). No puede ser la mortificación empobrecedora, sino lo contrario. Castidad no es menos humanidad, sino más. Asumir las fuerzas humanas del eros elevándolas. Esto es: reconocer lo humano, no negarlo, pero todo lo humano.


Varden recurre a la literatura, donde hay testimonios de esa sobresensualidad. En Magnus, de George Mackay Brown, el despertar sexual va más allá de la mujer. «La furia del fuego (…) es más feroz que nunca», se extiende, como en un trance poético, a abrazarlo todo, «el agua y la piedra, los animales»… Se hace elemental, otra venus pandémica, acaso no tan lejana.


No es mortificación de los sentidos sino su reintegración, su unidad (Castidad, fascismo amoroso del espíritu).


Todo lo que se vende tiene azúcar o sexo, y resistirlo nos obliga a una forma de ascesis. Varden acude a las enseñanzas de la vida monástica, el I+D+I del espíritu humano, su Silicon Valley, «recorrer el camino de Adán a la inversa» y eso entraña, no solo un conocimiento de las potencias humanas y los muchos entresijos del deseo, sino otro entendimiento del hombre. Ante lo inhumano, posthumano y antihumano, no solo abrazar lo humano natural, sensual, epidérmico, afectuoso, sino lo humano trascendente, elevador, lo humano pleno. Varden busca reconciliarnos con Adán. No el hombre degradado del paraíso, desnudo y avergonzado, sino el que lleva consigo paraíso y anhela volver. Si llevamos con nosotros ese jirón de gloria, y ese deseo, las reglas no son ya mortificantes privaciones opresivas cargadas de buenas intenciones, sino tacto, encuentro, roce y apertura a lo sobrenatural. Es ahí donde el cuerpo y la mirada,  y las potencias sensuales se convierten en formas de contacto con la trascendencia. Instrumentos. La integra reorientación de los anhelos y apetitos hacia una forma de humanidad libre y  más alta, es decir, plenamente humana. Íntegramente humana. ¡Se dice pronto!


Castidad no es cinturón de hierro; castidad es celibato, pero también unión artística en la gracia, vida matrimonial o, simplemente, propósito de fidelidad. Es una mirada no poseedora. «Liberarnos de la necesidad de poseer». Lo subversivo y contracultural de esto resulta evidente, pero por doquier encontramos consejos para lograr estas formas de libertad interna, de dominio de sí. Hay una necesidad general de sobreponernos: dietas, rutinas, consejos new age, psicologismos… pero en todas ellas, diría Varden, hay el mismo error de lo privativo mortificante: limitarse a negar el deseo sin ofrecer un mejor destino para ese anhelo; su fin último, pleno, extático y luminoso.


Leer en La Gaceta de la Iberosfera 



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