viernes, 30 de agosto de 2019

Testosterona

ABC, 26 de Abril de 2000

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

De la sociedad de los «eunucos felices», la del Prozac, a la sociedad de los «machos rampantes», la  de la testosterona. En América las hormonas masculinas se venden como rosquillas, y en España, al parecer, también. Es natural. Al decir de la propaganda comercial, la testosterona da músculos y quita años. Por lo que se refiere a sus efectos secundarios, la verdad es que tampoco son como para  hacer  retroceder al español medio: cierto bigote a lo Xabier Azkargorta, una memoria a lo Alfonso Guerra, cierta voz a lo Fernán Gómez y, al margen de cualquier edad, una libido como la que popularmente se le supone a Julio Iglesias. En cuanto a la agresividad, ¿quién está en condiciones de decir la última palabra? Para uno, la agresividad es un asunto que tiene que ver más con la política que con la medicina, y sólo hay que ver en los periódicos la foto de la operación de asalto al niño cubano por las fuerzas norteamericanas de Inmigración al mando de una fiscal cuyo rostro, hosco y ceñudo, es el que uno le pondría a aquel montañés de Tudanca que al tener su primer hijo, y después de mucho lamentarse su mujer de que el padre nunca hiciera una caricia a su chiquillo, sólo por complacerla cogió un día al niño y con su voz más terrible le dijo: «Niño, niño, ven que te capo.» Esa foto supone la consagración imperial de Clinton, que para la Historia será otro Constancio, aquel en quien Gibbon supo señalar el mérito de haber reunido con su victoria las provincias divididas del Imperio, «mas careciendo aquel débil príncipe de toda prenda militar y política, receloso de los generales y desconfiado con los ministros, el triunfo de sus armas redundó tan sólo en plantear el reinado de los eunucos en el orbe romano». Si en el orbe romano de Constancio mandaron los eunucos —los cuales, por cierto, no segregan testosterona—, en el «mundo mundial» de Clinton parecen mandar las viragos, que ya se sabe lo que segregan, y el hecho de que la mayoría de la población americana apoye en las encuestas un desembarco de Normandía para «rescatar» al niño balsero sólo revela dos cosas: la mezcla y confusión contemporáneas de los conceptos de «autoridad» y «poder» por un lado, y por el otro, la excitación que en la nueva sociedad produce cualquier alarde de fuerza en plan «manda  huevos», o sea, el culto de la testosterona, una respuesta al cómo y por qué, en democracia tan fértil y creadora en la ciencia, la técnica y las artes, es tan abrumadora la mediocridad de sus  políticos.

A finales de los sesenta, un célebre zoólogo británico todavía podía escribir con aprobación la siguiente observación: «Parece que lo mejor que un sistema político puede esperar es utilizar los métodos derechistas para llevar a cabo los programas políticos de izquierda. Es una  maniobra difícil y requiere una gran astucia profesional y no poca refinada oratoria. Si los políticos modernos son con frecuencia objeto de sátira y mofa, es porque demasiadas personas comprenden demasiado a menudo el truco. Pero, dadas las dimensiones que alcanzan las actuales supertribus, no parece haber alternativa.» Apenas treinta años después, el zoo humano está globalizado, y la mejor esperanza del sistema político, invertida: ahora consiste en utilizar los métodos izquierdistas para llevar a cabo los programas políticos de derecha. La maniobra es  fácil, pues no requiere ni astucia profesional ni  refinada oratoria; basta con una dosis de testosterona, a la venta incluso en geles. «¿Por qué todo el  mundo se ríe cuando hablamos del retrete?», preguntaba  Mercedes Milá con su sonrisa de Crue11a De Vil al presentar el pequeño zoo humano que Telecinco ha  montado en una caseta de la sierra madrileña. Milá ha leído poco a  Paz: «Al reírnos  del  culo —esa  caricatura de la cara— afirmamos  nuestra separación y consumamos la derrota  del principio de placer.» Pero la mujer avisó de que, para evitar el morbo, el programa sólo ofrecerá  imágenes del retrete «si se produce algún hecho informativo». Bien mirado, Lutero recibió la revelación en la letrina, en el momento en que vaciaba  el  estómago.



«Al reírnos  del  culo —esa  caricatura de la cara— afirmamos  nuestra separación y consumamos la derrota  del principio de  placer.»