jueves, 4 de abril de 2019

Lacrima Christi



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Sobrecoge ver a Bergoglio llorar físicamente por las concertinas de Ceuta y Melilla, frontera de la nación de Teresa de Jesús, a cuyo aniversario no pudo asistir porque prefirió ir a Alemania para estar en el de Lutero.
A Bergoglio le duelen las concertinas como a Cocteau le dolían el cristal de Venecia, la cerámica de Sajonia y la liturgia católica, sólo que Cocteau era un esteta, y Bergoglio, un jesuita. En el llanto jesuítico de Bergoglio, igual que en el llanto cómico de Pablemos, hay una mezcla de Laclau y Stanislavski, el del sistema para matar el teatro.
Cuando la República expulsó a los jesuitas, un krausista fue a ver a Don Suave (De los Ríos), el ministro de Instrucción Pública: “Ustedes han prohibido en la Constitución que las órdenes religiosas se dediquen a la enseñanza”. “Sí”. “Bien. Pero eso quiere decir que los jesuitas no podrán enseñar en España”. “Claro. Es lo que nos proponemos”. “Pero es que ahora han disuelto ustedes en España la Compañía de Jesús, o sea, los jesuitas. Y como los jesuitas ya no lo son, podrán enseñar”.
Para Bergoglio, España sigue siendo un país en guerra, y por eso lo evita (y lo “peronea”). Los jesuitas apoyaron la independencia hispanoamericana en venganza por la expulsión decretada por el rey de España en 1767. En agosto del 73, Arrupe visitaba a Allende y a Castro (¡el totalicastrismo!) para “discernir los diversos aspectos de tan singular proceso histórico”. En el 74 paraba en La Habana Casaroli, y dijo: “Los católicos que viven en Cuba son felices dentro del régimen socialista.” Bergoglio permanece espiritualmente disecado en ese instante casaroliarrupiano, y llora físicamente por las concertinas españolas.
Aparte la vigilia en el Huerto de los Olivos, Cristo llora dos veces: una por Jerusalén, y la otra, por Lázaro, al ver llorar a los que ama, en el hermoso pasaje de Juan:
Y Jesús lloró. Los judíos dijeron: “¡Cómo lo amaba!”
¿No hay en El Vaticano un Iván Redondo que haya leído el Evangelio?