miércoles, 24 de octubre de 2018

Infancia

Asilo de la Paloma


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Mientras Pedro Sánchez se retrata entregando su sangre por España, el verdadero chulo (en el sentido zarzuelero del término) del gobierno que nadie ha votado recorre los castros de las tribus separatistas del Norte para asegurar “la mayoría” sin la cual, de dar crédito a su portavoz, la ministra Tonetti (seguramente impresionada por el video de los fajos de billetes que cuesta un pollo en Venezuela), “sesenta mil niños españoles no habrían comido en los últimos cuatro meses”.
El método de transfusión de sangre de un fallecido es una impresionante conquista de la medicina soviética –arranca un informe de la era estaliniana.
Se aplicó por primera vez en el Instituto Sklifosovski en 1932, y en 1937 se permitió el uso de esta técnica en toda la Urss. Pablemos no es un científico como Echenique, pero es un voraz como El Campesino, y además de una escolta de presidente, ya ha conseguido sangre del presidente, quien, desde un punto de vista comunista, no deja de ser otro “muerto” (político), y la prueba es que para hacer su donación no ha tenido que esperar un mes desde su última salida de Europa.
Con sesenta mil niños muertos de hambre, Sánchez podía montarle una caravana a Trump que dejaría en nada a la de Soros, pero ha sucumbido a la ternura de la infancia necesitada, resumida en aquel lema que en Madrid presidía el Asilo de la Paloma:

Dios premia a los niños que protegen a los pajarillos.
En aquel asilo que en la guerra los correligionarios de Sánchez transformarían en un fortín, los niños se lavaban los jueves, aprendían Mecanografía, Taquigrafía y Francés de lunes a viernes y comían todos los días sopas de ajo para desayunar, cocido con tocino para almorzar y judías con chorizo para cenar. Comían alegremente. Pero comían lejos de sus seres queridos.
Qué material, los niños de Sánchez, para el columnismo proustiano del Régimen, falto de un poco de acción dramática al pie de cada página, que éste, hay que j…, fue el reproche de Ortega a Proust.