martes, 16 de octubre de 2018

Aprender de la derrota

Real Zaragoza 94
De pie: Cáceres,  Gustavo Poyet, Cedrún, Solana, Nayim, Aguado 
Agachados: Esnáider, Higuera, Belsúe,Aragón y Pardeza


Francisco Javier Gómez Izquierdo

          Johan Cruyff, que cuando hablaba parecía soltar sermones con palabras atravesadas, a mí me tenía ganado con sus “¿lógico no?” y su “siempre es así” de profesor enfadado por la impericia del periodista al preguntar. Creo que no ha habido entrenador más indiscutible (ni Dios le llevaba la contraria) ni mayor personalidad en un vestuario. Aquellas ocurrencias con Lucendo o Romerito no se le perdonaban por su supuesta genialidad sino porque imponía desde su delgadez de profeta con una capacidad de respuesta, como se decía entonces, sin parangón. Una de las frases que se me quedó hasta la presente me ha ayudado en mis menesteres durante muchos años y se la escuché después de un partido en La Romareda en la que el Zaragoza vapuleó a su dream team como si el equipo hubiera caído en la más terrible pesadilla. “Me alegro...” dijo el tío después de un 6-3 con el Paquete Higuera y Juan Eduardo Esnáider de maestros de ceremonias “...esto nos va a servir para descubrir nuestras debilidades”. Sé que fueron estas palabras porque desde entonces -ocurrió cuando Djukic falló el penalty que valía una Liga- las he tenido de muletilla. ¡Qué diría a los Zubizarreta, Guardiola, Laudrup, Romario, Stoichkov, Koeman... para que el Barça ya no perdiera más partidos y consiguiera el título! En realidad la Liga la perdió el Deportivo de Arsenio, pero la realidad es que tras el 6-3 de Zaragoza los culés  no volvieron a doblar la rodilla.
     
Luis Enrique no es Cruyff -nadie es ni ha sido como Cruyff- pero el partido de ayer contra Inglaterra seguro que le ha enseñado las debilidades de las que hablaba el difunto holandés. Mayormente en la defensa y particularmente en ciertos detalles displicentes. En todo equipo hay dos o tres jugadores titularísimos. Juegan siempre estén como estén, salvo que su entrenador sea Cruyff. Los entrenadores del común no se atreven a sentarlos cuando los ven, pongamos dubitativos, y si lo hacen -casos rarísimos-, rápidamente les pasan la factura: las vacas sagradas del vestuario y los patronos de los clubes. El periodismo denuncia el ambiente raro y “crispado” y al poco se agradecen los servicios prestados. 
    
No es éste el caso de Luis Enrique, pues sus dos indiscutibles e incuestionables -sí, Ramos y Busquets- lo son por méritos adquiridos en gloriosas batallas y de verdad creo que no los hay mejores, pero ayer se les detectó mucha debilidad. Subsanable, ¡éso si!, pero debilidad que no es preciso detallar, pues hasta el menos avisado de los aficionados notó fragilidad y ausencia de concentración. El resto del equipo, sobre todo en la primera parte, tampoco estuvo fino, ni rápido, ni se movió con inteligencia... pero la desastrosa actuación de los centrales -Nacho parecía desquiciado- arrastrados por el inteligente Kane a terrenos nada propicios, facilitó la llegada en velocidad de Rashford y Sterling, dos liebres alucinadas ante la ausencia de galgos, y con tan poca cosa, pero muy bien elaborada, bastó para que Inglaterra se llevara el gato al agua. 
     
Creo que  Luis Enrique no esperaba una presión tan asfixiante y ante la novedad de un rival que no se encierra en su área, el mayor sorprendido haya sido él. No pasa nada, que diría Cruyff. Toca imaginar todo tipo de variantes tácticas propias y del adversario y quizás también analizar sin complejos nuestras debilidades: concentración, velocidad y "compaginarse mejor". ¡Ah! creo, con perdón, que Jonny no es jugador de selección. Ni siquiera de equipo de mitad de la tabla. A Jonny lo he reñido varias veces en Salmonetes... jugando en el Celta. Me sabría mal que se convirtiera en el Romerito o el Lucendo del míster, un lateral que nunca ha parecido comprender hasta dónde, cómo y cuándo puede subir. Simeone sin ir más lejos, prefiere a Juanfran
     
Confiamos en Luis Enrique, un entrenador con soluciones, como demostró tras el desaguisado de la primera parte.