Hughes
Abc
Trump presentó las líneas de su política exterior y en ellas vuelve el “America First”. Lo teníamos un poco olvidado el asunto. Lo dejamos (aquí, improbable lector) en la aparición de los neocons, que tomaban el poder en la administración Trump. Pero este documento redefine las cosas. Describe algo equilibrado. No es el aislacionismo que defendían algunos de sus seguidores, aunque esté presente como raíz del planteamiento. Es un texto híbrido, pragmático. Para ser fuerte en el mundo, y para influir en él, Estados Unidos tiene que ser, primero, fuerte en sí mismo, desde un punto de vista general: económico, industrial, militar, y “moral”. Algo así viene a decir. El texto está a medio camino también entre los halcones neoconos de otros tiempos, con su “exportación” de democracia, por un lado, y el obamismo, con la agenda global y el “poder blando”.
Trump no describe un mundo paranoico, sino bastante más realista. El mundo es el que es, y Estados Unidos no aspira tanto a su transformación como a su defensa. Trump supera la “corrección política” también en el ámbito exterior. Por ejemplo, no habla de “cambio climático”, sino que al hablar de energía lo hace en base a objetivos más amplios: la conservación medioambiental, claro, pero también el crecimiento económico y los intereses nacionales (la explotación de los propios recursos). Esto no suena tan bien, pero no engaña. Trump supera la agenda global y los habituales motivos del progresismo internacional en otra dirección. Se insiste de nuevo en el Estado Nación como mejor garantía y defensa de los derechos individuales, y la frontera adquiere una doble naturaleza simbólica: garantiza seguridad interna, pero también define la nación.
Del “free trade” se pasa al “fair trade”, comercio justo.
La enmienda al mundo de Obama es expresa. “Las amenazas obligan a repensar las estrategias de las últimas dos décadas, basadas en la creencia en que la inclusión de los países en los organismos internacionales y en el comercio global los transformarían en aliados dignos de confianza”. No importan tanto esos “organismos internacionales” como las instituciones propias y su fortalecimiento (o simplememente, su conservación). El texto es bastante concreto en la definición de los “enemigos”. En esto suena reaganiano. Irán y Korea, pero también Rusia y China. Precisa aquí que las amenazas difieren en importancia y grado, pero también deja claro que el mundo tiene aún algo de “polar”, de buenos/malos: por un lado, los que defienden la dignidad humana y la libertad, por otro los que admiten la opresión y la uniformidad. Esta visión es internacionalista, mira hacia Occidente, pero a partir del “America First”, y no busca imponer una agenda global ni la expansión de democracia, sino la adaptación bilateral, más cuidadosa, más local (esto de Trump es sorprendentemente fresco en cuanto a la redimensión de lo local); con todo, no deja de sonar ese bajo maniqueo de los valores puramente americanos, es decir, el viejo motivo del “excepcionalismo”. La identidad americana, se dice muy pronto en el texto, se debe a los Padres Fundadores y a sus instituciones, que “sólo pueden durar si están sostenidas por una cultura que las aprecia y conserva”.
La raíz de Estados Unidos es su Constitución. Sus valores, proyectables al mundo, han de ser cuidados antes dentro. El America First no es sólo protección, una preocupación prioritaria por la seguridad, es también una obligación nacional. La conservación constitucional americana (gran preocupación de la campaña trumpiana) es la semilla de cualquier influencia exterior en el mundo. “First, we take Manhattan…”. El “first” es también tarea.
La Constitución americana es la biblia civil de Occidente. Ése es un reverso implícito, tácito del “America First” (un “sigamos siendo lo que somos”), digamos que una obligación interna, mientras que el otro es claramente visible y responde a lo que votó la gente: fronteras seguras, inmigración controlada, reforzamiento militar. Pero vuelve aquí otro rasgo del Trump de este año: cumple lo prometido. La gente votó eso y, más o menos, ahí está presente. La política exterior parecía lo menos trumpiano de su política, aquello en lo que había defraudado antes a su votante, pero aquí recupera el “America First”.
Más allá de eso, lo que parece claro es la superación de la retórica progresista global, del obamismo, del difuso internacionalismo sin tareas ni función, así como de la prepotencia neocon, todo en algo quizás intermedio, híbrido, pero indiscutiblemente pragmático. Negociado “a la trump” con el Establishment, quizás.