Abc
Hablaba el otro día con un señor de derechas que me contaba
que había dejado de hablar sobre lo de Cataluña con un amigo suyo muy progre.
La razón no era la desavenencia ideológica, sino la perplejidad. Su amigo,
eterno izquierdista de salón, opinaba como él, incluso más allá que él. “Hombre, yo le digo que esto podía haberlo dicho unos meses antes”, añade
divertido.
Su amigo socialdemócrata, o directamente progre, ha acabado siendo, por obra de
Puigdemont y de alguna cosa más, un hombre de derechas sin fisuras.
Esto se ha repetido durante los últimos meses. Un conocido compraba siempre un
diario de derechas pero ahora se le van los ojillos en el kiosco. Ya no hay
periódicos de izquierdas y los periodistas y escritores antaño progresistas son
más de derechas que los de derechas, más monárquicos que los monárquicos y más
unionistas que Manolo el del Bombo. Cuando se han puesto a serlo han resultado
además unos auténticos ultramontanos. El problema es qué van a hacer ahora los de derechas, porque la ocupación de
sitio es total, completa. Se ha puesto muy difícil. Y los que han estado un tiempo “pasteleando” para entrar en el “reino de los
cielos” resulta que ahora se quedan colgados de la brocha centrista. Los que
buscaban el progresismo tocan una ventanilla en la que ya no hay nadie.
En la izquierda están los de derechas, y en la derecha están los que querían
ser “de izquierdas”. Ha habido un corrimiento espectacular y desorientador. Los izquierdistas de salón, entrañables criaturas, han dejado el izquierdismo, pero
no el salón, así que quizás podemos llamarlos derechistas de salón. Son unos
derechistas sobrevenidos. Algunos, incluso, empiezan a llamarse
“conservadores”, para pasmo general.
La caída del guindo colectivo ha sido enorme. Se ve y lee en novelistas, cómicos,
viñetistas, actores… Ahora todos dicen “aunque me llamen facha”. Pero ya no hay
nadie que les llame así porque eran ellos, precisamente, los encargados de esa
función social. Fue sorprendente cuando Serrat reconoció haber roto con
Zapatero por su promesa de aprobar cualquier cosa que saliese del Parlament.
Esto era la opinión general de cualquier individuo derechista vulgar y
corriente, ¡quién iba a imaginar que Serrat pensaba igual!
Pues sí, y no sólo Serrat, los que durante años fueron sofisticados pensadores
en realidad llevaban debajo a un ordinario señor de derechas.
Este años, en las cenas navideñas, todos los cuñados se van a dar la razón.