miércoles, 15 de noviembre de 2017

Sensibilidad



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Venimos de un pueblo guerrero: no llevamos ni tres generaciones sin llegar a las manos. Por la Crónica de Alfonso el Emperador sabemos que nuestros tatarabuelos “gozaban y reían viendo acuchillarse a un grupo de ciegos que, colocados en el centro de la plaza, se herían entre sí en vez de herir a un puerco que entre ellos corría y que de ellos escapaba”. Es natural, pues, que el ministro del Interior saliera a vocear que el juez de los golpistas catalanes debía tener en cuenta “la ley, el contexto y el entorno”. El “Fiat iustitia et pereat mundus” de Fernando, otro Emperador, ¿a qué desorden (¡la separación de poderes!) no nos llevaría?
Para Zoido, un goethiano de Montellano que prefiere la injusticia al desorden, donde esté un Llarena que se quite un Coke o un Marshall.
Tranquilos, que esto no es la Audiencia Nacional –dicen los golpistas catalanes que les dijo Llarena.

Cuestión de sensibilidad.

En el fondo –decía Ruano de lo suyo–, creo que uno es un hombre bastante hombre y frecuentemente con una sensibilidad histérica de mujer de cabaret.
La vida es un cabaret, cantaba Paco Clavel, y la justicia no es vida. Pero si el Supremo no es la Audiencia Nacional, entonces ¿qué es el Supremo? ¡El “Sancta Sanctorum” de la sensibilidad!

Por la suprema sensibilidad de Bacigalupo, y su doctrina de los estigmas, Felipe González, que no era precisamente el Padre Pío de Pietrelcina, salió tan pichi de lo del Gal.
Esa misma sensibilidad suprema envió a prisión a los gamberros que en la librería Blanquerna berrearon “Cataluña es España”, teniendo en cuenta la ley, el contexto y el entorno zoidianos.

Con los golpistas catalanes lo supremamente sensible ha sido el Acatamiento al 155 (?), algo así como el crucifijo que Pilar Urbano quería que acatara Tierno en su lecho de muerte. Tierno, un pobre socialdemócrata (¡el Julián Andía de los “Cuadernos” de la Cía!) no transigió, pero Forcadell, la Sir William Wallace del “prusés”, firmó el papel de barba.