jueves, 6 de marzo de 2014

Cecilia




Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Ni Cecilia von de Faber (cuyo Fernán Caballero fue la primera idea de travestismo que tuve en la escuela) ni Evangelina Sobredo Galanes (la Cecilia del ramito de violetas) ni Cecilia Giménez (con su eccehomo de Borja a cuestas), sino Cecilia Malmström, sueca, pero no de las de Landa, sino de las de Olof Palme, el de la hucha para el Psoe, que ahora, viendo a Juan Lanzas, se da uno cuenta de lo que el ideólogo socialista Luis Araquistain quería defender con su “derecho a prosperar”, luego de haber defendido (con éxito, que es lo gracioso) su definición constitucional de España como “República de trabajadores”.

    En su búnker de Bruselas, Cecilia Malmström juega a Pippi Langstrump y, con grande daño para la Marca España, confunde a los ahogados en la Ceuta de Mariano con los tiroteados (“¡a la barriga!”) en la Casas Viejas (once cadáveres a los postres) de Azaña.
    
Dos salidas tiene el Gobierno: una, la heroica, sería derribar la valla africana y establecer una línea de ferry Ceuta-Gotemburgo, donde reside la burócrata, para todos los inmigrantes; y la otra, la dialogante, sería seguirle la corriente a Pippi Langstrump, cargar con la culpa que su buenismo quiera asignarle (cabe la familia muerta por fosfina en Alcalá de Guadaira) y explicarse luego con el famoso ratoneo de Azaña: 1) el gobierno no puede saber lo que se trama en un pueblecillo perdido. 2) los revoltosos querían hacer muchísimo más de lo que han hecho: “Intentaban más; lo que no han conseguido es nuestro triunfo”; 3) un complot anarquista no daña a la República: lo malo es que pierda el pueblo la fe en la energía de su autoridad; 4) a mí (¡a Azaña!) que no me den consejos para gobernar, pues mi gobierno es tan bueno que suscita la envidia.
       
Cuando Unamuno discrepa de Azaña en la sesión, los socialistas (¡al diablo con la lógica!) le gritan: “Si Azaña gobierna mal, ¿por qué cobra usted dinero del Estado?”
    
Y nadie volvió a hablar del acta de los cinco capitanes.