martes, 4 de septiembre de 2012

Bonjour, tristesse

Jean Seberg
Bonjour, tristesse

El hombre del muslo pindárico ejerce su penúltima rebeldía y alega una tristeza moderna, burguesa y personal cuando creíamos que estábamos ante un héroe griego

Hughes

Uno pensaba que la tristeza era Özil, los ojos de Özil en los que miran tantos estadios intermedios. Que la tristeza madridista sería, como en esa anécdota de Jesús Aguirre que contaba Manuel Vicent, girarse muy lentamente Mesut Özil y ante la evidencia del antiguo amigo o de lo perdido, oír salir de sus labios las palabras: Bonjour, tristesse. Pero no ha sido Özil de morado castilla, sino Cristiano, con una saudade incomprensible, el que ha arrojado sobre el Madrid algo desconocido: la incógnita de estar triste en la victoria.

Ahora que el Madrid superaba al Barcelona, con el enorme chirrido del cambio de ciclo, como si volcasen con estrépito invisibles estructuras de poder, ahora le entra al club una tristeza extranjera, lusitana. Mourinho se dice insatisfecho y Cristiano, válgame, se dice triste. Y con ello son fieles a su ánimo de contradicción, porque se trata de una saudade nada madridista y anticíclica, que se sustrae del triunfalismo propio del Madrid, de Roncero como un fauno rollizo tocando el caramillo en los jardines del Txistu, del sonar de todos los pífanos eructantes de los mesones de la algarabía madridista, ahora que de nuevo estallaba la trompetería de la Décima.

Y va Cristiano e invoca una tristeza, que a ver quién interviene esa tristeza, que la tristeza es la causa fundamental de la baja misteriosa y en esto los futbolistas son como los demás trabajadores, que si traen una baja firmada por tristeza no hay manera.

El deportista, el héroe, tenía la felicidad de la victoria, una felicidad obligatoria que recibía de los dioses y esto de Cristiano, tras la liga, es como si un atleta olímpico hubiese bajado del podio con la medalla de oro y una depresión. Es incomprensible. A Cristiano no le correspondía exactamente la libre disposición de su alegría, como tampoco de su pena y, sin embargo, el hombre del muslo pindárico ejerce su penúltima rebeldía y alega una tristeza moderna, burguesa y personal cuando creíamos que estábamos ante un héroe griego.

A Cristiano, al que nunca vimos reír, ¿cómo vamos a poder comprenderle en su tristeza?

¿Qué pena es ésta de Cristiano? ¿Una forma deportiva de acedía? El avinagramiento de lo dulce, que sería el tiquitaca, de la tristeza mundana y la envidia de sentirse ajeno a los placeres espirituales del peloteo de Xavi, Iniesta y los demás. En Cristiano siempre ha habido una exclusión, un apartamiento solitario y su tristeza tiene la melancolía herida y acre del que se opone, del hereje a perpetuidad.

Sempiterno Mark Landers. Contestatario de recreo. Niño repelente del balón, con la repelencia física del que retaría a todos los demás niños a la pelota.

En su obsesión goleadora, en la concentración inaudita de energía de su fútbol, en la progresiva concisión y verticalidad de sus jugadas, en su chut hiriente había ya una tristeza enorme, una melancolía que no apagarían las victorias. En todo entristecido hay una renuncia y una tácita proposición: un objeto imperturbable de tristeza. Un amor no dicho.