lunes, 4 de junio de 2012

Soraya en el Club Bilderberg


Jorge Bustos

Yo no creo que haga del todo bien Soraya Sáenz de Santamaría asistiendo este fin de semana a la teóricamente selectísima reunión del Club Bilderberg en Chantilla, estado de Virginia. Ya entiendo que es deber de la vicepresidenta del Gobierno –porque no vemos a Rajoy en tan sofisticados aquelarres, donde no se te perdona sacar tu propio tupper– girar por los más altos salones mundiales con la mano extendida no tanto para tender puentes como para pedir dinero. Pero opino que Bilderberg, como pretendida élite de un gobierno global en la sombra, deja mucho que desear. Para empezar esa crema de la influencia no ha invitado nunca a Mourinho, y para seguir sí contó en su día con Zapatero. Ya me dirán ustedes con esos mimbres qué conspiración mundial vamos a urdir que resulte mínimamente respetable, que infunda algún mediano pavor en las mentes propensas a la conspiranoia.

Uno no cree gran cosa en conspiraciones de ningún tipo desde que testó la sensatez quirúrgica de la navaja de Ockham, que nos aconseja no multiplicar los entes de razón sin necesidad, o la explicación más sencilla suele ser la correcta. Si tu novia no te coge el teléfono no significa necesariamente que en ese mismo momento se esté acostando con otro. Es una sabia lección que todos deberíamos acabar aprendiendo. Explicar el orden mundial desde 1954, año de la primera tenida bilderbergiana, hasta hoy como la aplicación escrupulosa de unas directrices geopolíticas apuntadas en las servilletas de los chicos del coro gerontocrático de Bilderberg delata una grosería intelectual probablemente irreparable, aparte de una encantadora credulidad que justifica la lista desoladora de los libros más vendidos. El conspiranoico, y esto es una paradoja curiosa, presupone complejidades poco plausibles por pura simpleza mental, le falta imaginación para ceñirse a lo sencillo, que siempre es lo más arduo de alcanzar. Ni El Vaticano redacta el argumentario provida de Gallardón ni la francmasonería –si se sigue diciendo así– teledirige las comparecencias de Elena Valenciano. Y si lo hace, vaya una mierda de masonería la que nos deja Zapatero. Recurrir a la explicación aparatosa ahorra mucho trabajo racional.

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