Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Todo indica que esta vez los “tonton macoutes” de la lucha de clases informativa la han tomado con los bares.
Mientras la derecha en el poder liquida los últimos vestigios del franquismo (cesta navideña y empleo para toda la vida), la izquierda en la oposición emprende la batalla contra los últimos vestigios del europeísmo, que en Europa son los cafés, y en España, los bares.
–Bares, qué lugares / tan gratos para conversar. / No hay como el calor del amor en un bar –nos cantaba Jaime Urrutia en su “Four Roses” de Fomento, con Jorge Berlanga, que traía una chica, y Poch, que traía una conversación.
Hoy, entras a un bar con una señorita gabinetera y, cuando vas a decir lo de “pollo, otro bollo”, aparece, “rubus ardens”, Willy Toledo con las tablas de la ley sindical… ¡y se j… el día!
A Willy Toledo, ese Cary Grant de nuestra subvencionada “exception culturelle”, lo han denunciado por molestar con una “performance” sindical en un bar de Lavapiés, cuando él está anunciado en toda la calle de Serrano con una comedia en el Matadero de Arganzuela.
Desde luego, en una fábrica nunca sorprenderán a Willy.
Willy en un bar, como el mítico perro “Paco”, cuyos itinerarios matritenses, por cierto, anda reconstruyendo un amigo mío. “Paco” con marqueses y Willy con obreros a lo Romero.
“Antonio Romero, condenado por pegar a un anciano que no hizo huelga”, titulaba la prensa de progreso cuando la huelga general de Aznar.
Romero era diputado de Iu, y el anciano, un parroquiano del bar donde el condenado pegó las tres voces más repetidas en toda huelga general: “Fascista, hijo de p… y cabrón”.
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