Jorge Bustos
Los columnistas ebúrneos andan desgañitándose contra esa vulgaridad llamada fútbol. "¡Pan y circo!", cloquean como casandras menopáusicas, sin reparar en que no hay peor vulgaridad que incurrir obscenamente en un tópico periodístico que formuló nuestro patrón Juvenal y que ya le llegó trillado a Marco Aurelio. Dejen de dar la tabarra, oigan. Si critican el Mundial, que sea precisamente porque ni siquiera alcanza a cumplir con eficiencia la función de sustraernos a este desconsuelo de país.
Porque el Mundial es un desastre: se marcan pocos goles; los que se marcan entran por la ayuda de porteros o defensas que cantan más que Susan Boyle con vuvuzela; los cracks de los anuncios están apagados o fuera de cobertura en este momento; ningún jugador ignoto ha revelado paladinamente su clase; el público, que sabe de fútbol lo que Jacob Zuma de derechos humanos, se desentiende del juego por soplar con entusiasmo de ñu en celo la jodida trompetilla, indiferencia que deprime aún más a unos jugadores ya de suyo castigados por un biruji extemporáneo; los árbitros parecen sacados de un casting de la ONCE y el balón de una oferta de champú; las selecciones favoritas defraudan y las emergentes también; Zizou ejerce de Robespierre; a Sara Carbonero (¿Cancerbero?) la convierten en gacela expiatoria la afición y el Times -que ya nombró a Lady Gaga y a Lula personalidades más influyentes del planeta- y la belenestebaniza sin piedad su cadena, que no sabe hacer otra cosa con las mujeres; y, para terminar de darnos a todos por el saco, llega Zapatero y anuncia solemnemente que vamos a llegar a la final. O sea que si el Mundial es una conspiración para distraernos de la crisis, está resultando una conspiración tan de mierda como la misma crisis.
(Época)
Los columnistas ebúrneos andan desgañitándose contra esa vulgaridad llamada fútbol. "¡Pan y circo!", cloquean como casandras menopáusicas, sin reparar en que no hay peor vulgaridad que incurrir obscenamente en un tópico periodístico que formuló nuestro patrón Juvenal y que ya le llegó trillado a Marco Aurelio. Dejen de dar la tabarra, oigan. Si critican el Mundial, que sea precisamente porque ni siquiera alcanza a cumplir con eficiencia la función de sustraernos a este desconsuelo de país.
Porque el Mundial es un desastre: se marcan pocos goles; los que se marcan entran por la ayuda de porteros o defensas que cantan más que Susan Boyle con vuvuzela; los cracks de los anuncios están apagados o fuera de cobertura en este momento; ningún jugador ignoto ha revelado paladinamente su clase; el público, que sabe de fútbol lo que Jacob Zuma de derechos humanos, se desentiende del juego por soplar con entusiasmo de ñu en celo la jodida trompetilla, indiferencia que deprime aún más a unos jugadores ya de suyo castigados por un biruji extemporáneo; los árbitros parecen sacados de un casting de la ONCE y el balón de una oferta de champú; las selecciones favoritas defraudan y las emergentes también; Zizou ejerce de Robespierre; a Sara Carbonero (¿Cancerbero?) la convierten en gacela expiatoria la afición y el Times -que ya nombró a Lady Gaga y a Lula personalidades más influyentes del planeta- y la belenestebaniza sin piedad su cadena, que no sabe hacer otra cosa con las mujeres; y, para terminar de darnos a todos por el saco, llega Zapatero y anuncia solemnemente que vamos a llegar a la final. O sea que si el Mundial es una conspiración para distraernos de la crisis, está resultando una conspiración tan de mierda como la misma crisis.
(Época)