lunes, 15 de marzo de 2010

"¿LE PONGO WYNN'S?"


José Ramón Márquez

Alguna vez he puesto aquí que detesto los toros en televisión. Es un espectáculo que me aburre y que no comprendo. Incluso quitando el chau-chau de los que no paran de acarrear ruedas de molino, no lo soporto. Definitivamente, eso de la televisión no tiene nada que ver con mi afición.

El pasado viernes tuve un gratísimo almuerzo a base de toneladas de bacalao junto a unos buenos amigos en un secreto comedor privado cerca de Las Ventas. Llegó la hora en que iba a empezar la corrida de Valencia y alguien propuso ver en la televisión la corrida de Adolfo (‘Los Adolfos’ o ‘La Adolfada’ según le venga el viento a los revistosos del puchero). Encendieron el aparato y de pronto, como una pesadilla, apareció de nuevo ante mis ojos Manuel Caballero. No lo podía creer. Manuel Caballero es el torero que más veces he visto en mi vida, sin haber ido a verle a él ni una sola vez. Creo que la cosa empezó con la oreja del Peñajara de Madrid a finales de los noventa. Desde ahí, un suplicio. Te ibas a Valencia a ver la ‘pugna’ entre Espartaco y Ponce... y allí asomaba Caballero. Te acercabas a Soria a ver a Morante y a Juli, y allí estaba Caballero -menos mal que ésta se suspendió por el aguacero-. Al año siguiente, te vas a Valladolid a ver de nuevo a Morante y a Juli... y allí asoma, como siempre, Caballero. No voy a seguir. Caballero por todas partes, constantemente. Caballero en todas las plazas, en todos los carteles de todas las ciudades y todos los pueblos durante diez años o quizás más. Caballero por doquier como la Pimpinela Escarlata o Fantômas. Bueno, pues después de tantas fatigas el hombre se retira en ‘olor’ de multitudes y, al parecer, se mete en el negocio de las gasolineras, que le deseo de corazón los mayores éxitos empresariales. Entonces ¿por qué diablos tiene que irse a la siniestra del Dr. Zaius a pegar la brasa? ¿Por qué no se queda en su casa, con su familia, mirando las noticias de la OPEP y deja de seguir apareciendo constantemente en mi vida sin invitarle?

A veces tengo esta sombría premonición. En una fría noche de noviembre se enciende el piloto de la reserva del combustible en mi auto. Al poco, veo una estación de servicio en la que pone ‘servicio atendido’. Paro junto al surtidor y de la casetilla sale con su pulcro traje de Repsol y su gorrita Manuel Caballero. Solícito, me pregunta: ‘¿Le pongo Wynn’s?’