jueves, 21 de enero de 2010

UN BACALAO, EL ACEITE Y UNA ESCULTURA DE "ARTE PÓVERA"





VIAJE POR CARRETERA

Pepe Cerdá
pepe-cerda.blogia.com

En el tubo de Zaragoza, al lado del café cantante Plata, hay una tienda de novelas de segunda mano. Está justo al lado de la Ortopedia La francesa, tienda en la que sólo se vendían condones y que hacían la vista gorda con los menores que nos acercábamos a adquirirlos por curiosidad y morbo, casi siempre (siempre) para llenarlos de agua hasta que explotaban.

Pero a lo que iba: la tienda de novelas y revistas de segunda mano la regentaba un señor que se entretenía en coser entre sí diminutos retajos de piel que debía de recoger en la basura de algún taller de confección de prendas de piel. Los cosía primorosamente hasta conseguir la forma de una pelota que rellenaba de trapos deshilachados y guata. Para culminar la obra le cosía una cadena en uno de los polos de la esfera cutre y multicolor. Así conseguía una suerte de puching ball, de esos con los que se entrenan los boxeadores en los gimnasios, pero en versión autárquica y chabolista. Siempre tenía varias docenas de diverso tamaño. El otro día pasé y está en liquidación por “cese de negocio” y aún le quedaba alguna polvorienta en el escaparate.

Que yo sepa nadie le compró nunca ninguna. Nadie, salvo mi amigo el pintor chino Xiao Fan.



Mi amigo Xiao Fan había venido a verme, y como entonces andaba pintando globos le parecieron muy interesantes los puching ball esféricos y de retajos del vendedor del tubo y adquirió la más grande. Para él era una escultura de "arte póvera". Como se volvía a París en avión y el pelotón "póvera" era bastante grande, me lo dejó para que yo se lo llevase en coche cuando volviese.

Por otra parte, mi amigo Juan Alonso (semiótico y de Bilbao, aunque parezca imposible) estaba pasando unos días en casa de sus padres en Bilbao. Y habíamos quedado, como otras veces, en la Plaza de Amara de San Sebastián para subir juntos en mi coche a París. Como ambos vivíamos por aquel entonces en París, viajábamos sin apenas equipaje. En realidad sin nada de equipaje. Exceptuando un bacalao salado y entero que llevaba mi amigo Juan bajo el brazo, como un cartapacio, así como un par de botellas de aceite La gitana, imprescindibles, según su padre, para hacer un buen “bacalao al pil-pil”. Plato que se había comprometido a cocinar para los amigotes a nuestra vuelta.

Mi coche era entonces un Opel Kadet ranchera. Como transportaba muy a menudo cuadros, llevaba una baca que sobresalía un poco más que las normales. Era de fabricación casera. Yo le había atornillado unas barras que llegaban justo al límite de anchura de los retrovisores. De modo que sobresalían un palmo largo. Me di, y se dieron, no pocos coscorrones con las dichosas barras al subir o bajar de aquél coche.

Y por último, para describir los prolegómenos de la situación, aquel día, el del viaje a París, se me habían roto los dos bolsillos del pantalón que llevaba.

Inicié mi viaje de vuelta de buena mañana. Hasta París, desde Zaragoza, once horas de viaje no te las quita nadie. Por el retrovisor podía ver mi único equipaje: ¡el dichoso pelotón del chino!. Tres horas más tarde recogía a Juan en la Plaza de Amara de San Sebastián. Me esperaba con un enorme bacalao bajo el brazo envuelto primorosamente en papel de aluminio y luego con plástico transparente. En la otra mano, la bolsa con el aceite de La gitana. En el amplio maletero del Opel Kadet depositamos el bacalao y el aceite, que, junto con el pelotón, formaban un pintoresco bodegón. Y así continuamos viaje adentrándonos en Francia.

A la altura de Burdeos, nada más recoger el ticket del peaje de la autopista unos gendarmes nos hicieron señas para que nos detuviésemos. Se trataba de una aduana volante.

Nos hicieron bajar del coche y nos pidieron la documentación. Mientras, un orondo gendarme se abalanzó hacia el interior del vehículo. Aún recuerdo el ruido de su cabeza al chocar contra el saliente de la baca. Prácticamente rebotó y cayó al suelo entre alaridos de dolor. La cosa se ponía chunga. Inmediatamente sus compañeros nos hicieron poner las manos en el capó del coche para proceder a cachearnos. El que me cacheaba a mí comenzó por las axilas, como en las películas, y fue bajando para introducir al unísono ambas manos en mis bolsillos. Como los llevaba rotos sus manos fueron directamente a mis testículos, cosa que ni a él ni a mí nos hizo ninguna gracia. Pero era él el que llevaba la porra y la pistola. Comenzó a vociferar mientras se dirigía a su camioneta en la que guardaba un par de perros. De los de la unidad canina antidroga.

En el suelo aún estaba sujetándose la cabeza el primer gendarme, el que habíamos dejado fuera de combate a la primera, el del cabezazo contra la baca. El que me había tocado literalmente los huevos venía limpiándose las manos con unas toallitas húmedas, y de muy mala leche. Detrás venía otro con los perros. Me ordenó abrir el portón del maletero. Los perros entraron excitadísimos y se abalanzaron sobre el bacalao. El que me había tocao los huevos me miró sonriente. Ya nos había pillao. Ahora sí que ya no teníamos escapatoria. Aparentemente era el alijo de hachís más importante del año. Ya se sabe lo de los españoles y los porros...

-Je peux vous demander qu´est -ce que c´est cela? -me preguntó, con recochineo, seguro de que nos tenía empuraos, mientras blandía el bacalao envuelto en papel de aluminio por la cola.

-De la moroure... -acerté a responder, balbuceante, temeroso de su reacción.

Él lo olió y abrió un pedazo y puso cara de enorme desagrado al comprobar que era efectivamente bacalao. Volvió a entrar en el coche. Ahora los perros estaban encelaos con el pelotón del chino. Gruñian y no paraban de olisquearlo. Ahí sí que había "gato encerrao". Lo cogió por la cadena y me dijo:

-Et ca.... -balbuceó.

Se volvió mirandóme fijamente a los ojos y me dijo:

-Et cela, qu’est-ce est?
Y yo me quise morir. ¿Cómo le iba a explicar a aquel tipo cabreao y con pistola que tengo un amigo chino, que en el tubo de Zaragoza hay un tipo que se entretiene en coser pedacitos de piel...?. Si me ha costado todos los parrafos anteriores contarles lo del loco del tubo y en castellano... ¡cómo lo iba a intentar en francés!. Y menos a aquel tipo que me miraba con aquella cara... Estuve a punto de confesar que éramos traficantes para que dejara de mirarme de aquel modo. Pero callé.

Terminamos en la comisaría de Burdeos, donde nos miraron hasta los empastes. El pelotón del chino terminó desmenuzado por la policía científica . Me lo devolvieron a jirones en una bolsa de plástico. Pasamos allí algunas horas.

Después, otra vez rumbo a París, miré por el retrovisor el bacalao manoseado por el que me había tocado los huevos junto con la bolsa de plástico con el aceite y los restos del pelotón y me dije que sería la última vez que viajaba sin equipaje.

Fin.