domingo, 18 de octubre de 2020

Selectividad

 

Abc, 25 de Abril de 2001


Ignacio Ruiz Quintano

Los orteguianos sostienen que no hay cosa que no pueda hacerse de uno de estos tres modos: o peor o igual o mejor que suele hacerse. Y estos tres modos posibles son los que producen de una manera automática la selección entre los hombres.

Selección es exigencia hacia lo óptimo, razón por la cual la masa, naturalmente propensa a la Inercia, prefiere desentenderse de quien no se preocupa de ella «ni siquiera para dominarla». Ahora se dice que el gobierno va a prescindir incluso de la selectividad universitaria, que debía de ser la única que nos quedaba, si convenimos en dar por desaparecida a la selectividad política el día en que obtuvieron sus cargos las actuales ministras de la Educación y la Salud.

En cuestiones de selección, las últimas novedades que nos han llegado son filosóficas y políticas. Las primeras vienen de Alemania, y las firma Peter Sloterdijk. Las segundas vienen de Francia, y las firma Roger de Sizif. «¡Todos copian!», protestaba, con la desolación propia de un delegado de curso, el director de la Biblioteca Nacional; antes de preguntarse:  «¿Quién inventa algo?» Algo, algo, Sloterdijk y De Sizif, dos cosmopolitas de la cultura que se sienten —y en esto consiste hoy la mayor novedad— desligados de la masa, es decir, de las tertulias.

Peter Sloterdijk es un pensador que ha aprovechado el centenario de Nietzsche para releerlo, y ha llegado a la conclusión de que «la selección de bestias de rebaño» en que consiste la civilización produce seres anodinos, dignos de lástima y de desprecio, con un pequeño placer para el día y otro para la noche. Dado que el fracaso de esta selección/domesticación del salvaje que todos llevamos dentro correspondería a lo que aquí llamamos humanismo, o programa de humanidades, Sloterdijk propone otra selección/domesticación, la «selección genética», con la consiguiente alarma en estos tiempos cuyo signo es la muerte de la crítica.

Roger de Sizif es un pensador que ha estudiado, no la teoría, sino el funcionamiento de la democracia, palabra con la que los demás nos pasamos el día haciendo gárgaras, y ha encontrado la solución en la «stochocratie», o democracia loto, un sistema sumamente igualitarista mediante el cual los diputados son designados por sorteo entre la población, y los gobernantes, por sorteo entre los diputados. Para nosotros, por ejemplo, al margen de las ventajas prácticas —ahorro de los gastos electorales, eliminación del clientelismo, etcétera—, supondría otra posibilidad de desenterrar a Montesquieu, para quien el sufragio por sorteo era de naturaleza democrática, frente a la naturaleza aristocrática del sufragio por elección, «bello sistema inventado en los bosques de Germania».

La nueva ola contrarreformista trata de reducir la política a propaganda, pero la propaganda política, como la poesía pastoril, es un constante huir de la realidad, que desde los griegos enseña que el hombre es un animal político. ¿Cómo seleccionar/domesticar a este animal? La ministra de la Cultura, que también es nuestra primera autoridad educativa, comenzó sacando el látigo de siete colas de las humanidades, pero los estudiantes no la tomaron en serio, y no porque hubieran leído a Sloterdijk. Ahora ha decretado el fin de la selectividad universitaria, que, según ella, «carece de sentido por el descenso de la natalidad», argumento que nos conduce a nuestra primera  autoridad sanitaria, la ministra de la Salud, que, como se sabe, también está a cargo de la investigación genética, circunstancia que nos ayuda a comprender este titular periodístico: «Celia Villalobos quiere incentivar a las jóvenes para que donen gratuitamente sus óvulos.»

A pesar del casticismo que adorna a la ministra de la Salud, de su deseo tampoco debe seguirse que el Gobierno tenga el propósito de crear una élite genética a partir  de la antigua hispanidad, y estoy pensando en el Siglo de Oro. Es una cuestión de principios. Del principio de la población, en el caso de la selectividad, que parece dividir a los dos liberalismos andantes: el del Gobierno, contrario a la selectividad; y el de la oposición, partidario de ella. Éste, que vendría de Condorcet, es optimista, o «alegre e ignorante», como lo ha calificado la ministra del ramo. Aquél, que viene de Malthus, es pesimista, y supone que los estudiantes, aunque pobres, seguirán siendo prolíficos. La solución, en la democracia loto.


Peter Slotrdijk

Dado que el fracaso de esta selección/domesticación del salvaje que todos llevamos dentro correspondería a lo que aquí llamamos humanismo, o programa de humanidades, Sloterdijk propone otra selección/domesticación, la «selección genética», con la consiguiente alarma en estos tiempos cuyo signo es la muerte de la crítica