sábado, 5 de enero de 2019

El proyecto

Leoporum generis sunt et quos Hispania cuniculos appellant


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Los supremacistas morales de Ciudadanos (“hemos venido a regenerar España y no vamos a dejar esta etapa histórica a otros”) lideran la cruzada “Paremos al fascismo”, pero no se les cae de la boca “proyecto de país”, concepto fascista donde los haya. ¿Quién es un tal Zafra para proyectarme a mí la vida?

Estamos en manos de la sensibilidad, que es una cosa de Rousseau, al que Aguado, uno que manda mucho en Madrid, confunde con Hobbes. Si el tal Zafra, por ejemplo, se siente regionalista al levantarse, hay que darle un “proyecto de región”.
¡Madrid tiene que ser una región propia! –dice este fino jurista “segedano” cuyo partido aspira de repente a mandar en la capital con los socialistas.
El socialismo madrileño está con Franco (el de Puebla de Brollón, no el de Ferrol), que se levanta y siente que Madrid es una nación, y a ese “proyecto de nación” se pone, entre ración y ración de oreja a la plancha.
No veamos en la patria la canción y la gaita; veamos un destino, una empresa –dice Primo de Rivera, citando a Ortega.
Así, pues, frente a “los genios de la disgregación, que se esconden bajo los hongos de cada aldea”, álzanse Zafras y Francos con sus destinillos y sus empresillas, con sus “proyectos” de país, de región, de nación...
Explíqueles usted a Zafra y a Franco, ahora que van a formar collera de consenso, que una nación constituye un hecho objetivo producto de la historia, salvo para el fascismo y sus tontos útiles (los del “proyecto sugestivo de vida en común”), que ven en ello un hecho subjetivo producto de la voluntad. Precisamente por tratarse de un hecho objetivo no hay “derecho a decidir” (ni por fas, votando una parte, ni por nefas, votando el todo): es una cuestión indecidible (al margen de la guerra).
Mas en el pequeño mundo que es el Estado de Partidos viven los cenobitas bajo la dirección de un abad, o padre del convento, y al dictado de una regla: el Consenso, “sanctasanctórum” de la soberanía, que es el mango de la sartén.