Pitito
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Soy abstencionario (no abstencionista), “ma non fanatico” (el fanatismo consiste para Santayana en redoblar el esfuerzo cuando se ha olvidado la meta), y como espectador de la comedia política mi sueño es disfrazarme de Pitito e irrumpir en ese monólogo de Hamlet que imposta Maroto sobre la financiación del partido de Ortega Lara.
Pitito es don Eduardo José Federico Francisco María de Constantinopla Gamir y Pavessio de Molina-Martell, marqués de Martell, caballero de la Gauche Divine de “Bocaccio” en Barcelona, que un día entró en traje de cascabeles al “Royalty Theatre”, ya empezado “Oh Calcutta!”.
Maroto es el hombre fuerte de la derecha oficial (con póliza del Estado): presume de peluquero de Bildu (“¡Pelillos a la mar!”), pero se pregunta por la financiación (¿Flick o Flock?) de la derecha real (que aún no pilla del Estado de Partidos).
¡La extrema derecha!
–¡Oh, si fuera posible que los bienes, las jerarquías, los empleos, no se alcanzaran por medio de la corrupción! –clama el príncipe de Aragón en “El mercader de Venecia”– ¡Cuántos hombres andarían vestidos que ahora van desnudos! ¡Cuántos son mandados que mandarían!
Para un estatista (cualquier español con nómina del Estado), fuera del Estado no puede haber condumio saludable ni honesto contubernio. Y ése es el escándalo de Maroto, que piensa lo mismo que Pepe Álvarez, el ugetero que pide que todos los españoles abonen una cuota sindical… por el servicio público que él representa.
–El taller hará desaparecer al gobierno –prometió Proudhon.
Mientras, pasamos al cobro el recibo del Leviatán, que bajo el pretexto de la igualdad “no consiente por debajo de él más que una masa pulverizada de individuos impotentes y desarmados”.
Un siglo hace de la “boutade” de Berth, el discípulo de Sorel, por una “sociedad de productores” moral y heroica:
–El Estado ha muerto.
Mas los Estados (como dice de las religiones Santayana) no desaparecen cuando son desacreditados; hace falta que sean reemplazados.