lunes, 28 de septiembre de 2015

Esto no lo arregla ni Moyano



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Visto desde afuera, el Madrid parece la manta de la felicidad del profesor Rojas, que si tapa los pies, destapa la cabeza, y si tapa la cabeza, destapa los pies.

    Tapar una portería y que no se destape la otra. Ésa es la cuestión.

    Frente a la transparencia de los goles, la opacidad del cerocerismo (la opacidad, según Gustavo Bueno, es la lucha por la vida, que a lo mejor también le hacía falta al Madrid de los señoritos).

    A mí este cerocerismo benito me ha hecho pensar mucho. ¿Qué ventila Kroos entre centrales, como si fuera el chico de los recados de Perico Alonso? Pensar será una erección, como dijo nuestro Ortega, pero es que Kroos piensa en alemán.

    –¿Este Kroos no vendría también de la factoría de Volkswagen…? –tuiteó Don Hilarión en plena cerocerada contra el Málaga.

    En las cosas de mi dilecto Gregorio Luri he dado con pistas que podrían conducirme a la comprensión de la cerocidad madridista. Una: la filosofía del fútbol es una dialéctica. Dos: la tesis se la debemos a Parménides: “Lo que es, es”. Tres: la antítesis, a Vujadin Boscov: “Fútbol es fútbol”. Cuatro: la síntesis es doble: a) el ser es esférico. b) la verdad es redonda.

    Cero por cero, o la verdad en números redondos.

    Sin embargo, la lógica (y vuelvo a nuestro Ortega) no existe desde el teorema de Gödel (viene en la Wikipedia y es muy entretenido de leer), que demostró que la matemática, como la felicidad, nunca es completa.

    Todo, pues, queda en manos del azar.

    Los primitivos vieron en el azar al primer Dios e inventaron la magia para poder tratar con él. De aquella cultura conservamos las supersticiones, una de cuyas formas sería la esperanza, “gloriosamente arbitraria”.

    El Madrid de Benítez es hoy un gran equipo… con la esperanza de ganar la Liga.

    El sábado, a la azarosa lesión de Messi, Cristiano respondió con un cero a la izquierda, que es decir con nada, y voló el liderato, aunque no el récord de Raúl, aún Golero Mayor de la Galaxia, lo que lleva a más de uno a hablar de maldición raulina, Raúl de gitana del Olimpo (mezcla gitanesca de Solana, Zuloaga y Romero de Torres) echando la malaventura al delantero portugués, que encima tuvo enfrente a Kameni, un tipo que juega en espiral, como los hierros de Martín Chirino.
    
Ya en Bilbao a Keylor Navas, que es portero de piso bajo (como el español en general: también esto lo dijo Ortega), se le esfumó por un palmo el récord de Miguel Ángel, ¡la maldición de Miguel Ángel!, el Gato de Pontevedra.

    Pero estas maldiciones gonzaleras (de Raúl y de Miguel Ángel) se quedan en poco al lado de la que otra madridista manifiesta, la doctora Eva Carneiro, ha arrojado sobre el Chelsea y sus principales figuras (¡Hazard parece Isco!), que no levantan cabeza desde que Mourinho la expulsara del banquillo.
   
 –Esto no lo arregla ni Moyano –decían, no hace tanto tiempo de ello, los taurinos.

    –¿Y quién es Moyano? –preguntaban los incautos.

    Moyano era un latero que había en Córdoba, donde, cada vez que a alguien se le rompía algo en casa (¡esos dos puntos, ay, del sábado en el Bernabéu!), se oía una vez que decía: “¡Llama a Moyano!” Y Moyano iba y lo arreglaba.




BARBAS CAPUCHINAS

    Arbeloa aparte, Carvajal, Isco, Nacho, Benzemá… son madridistas barbados. Y Queylor, que parece lampiño, es portero conventual de mucho “ora” (casi un rosario, bajo la portería, antes del partido) y "labora" (muchas, demasiadas, paradas). Salvo la de Benzemá, que es pérfida barba mora, todos querrían barbas de Tercio, pero derivan en barbas capuchinas (barbas de pobreza espiritual) que, más que guerra, dan paz. Jesé, como que quisiera llevar barba militar, pero lo que se deja se le desvirtúa (como él mismo, en el campo) en glamour de Conchita Wurst, cuando lo que necesitaría, para desbordar a los contrarios, es un modelo Meireles, el mediocentro portugués escapado de la Tebaida.