La socialdemocracia en Tropicana
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La socialdemocracia consiste, esencialmente, en no creer en nada, y sólo así se explica que Obama (un líder de nuestro tiempo, como Merkel, Blair, Hollande o Zapatero) haya optado por una rendición glamurosa ante lo que García Domínguez llamó “la Corte del Rey Sol y Menores a Buen Precio”.
En octubre del 81, Jack Lang, el ministro de Mitterrand que se bañaba en leche de burra, pasó por Cuba camino de la Unesco, donde echó un discurso que anticipó la demagogia de Obama:
–Cuba es un país valiente que construye una nueva sociedad. La cultura es primero eso: el reconocimiento para cada pueblo de elegir libremente su régimen político.
Y a llenar la bañera de leche de burra.
A Obama, que ya fue a Viena a pedir perdón por “no hablar el austríaco”, sólo le resta ir a La Habana a pedir perdón por “no hablar el cubano” antes de cambiar la estatua de Lincoln, que después de todo era republicano, por la de Fidel Castro, que en los medios periodísticos también tiene un “respetito”, que diría Tania Sánchez, como libertador.
La Guerra Fría empezó con Truman negando a Stalin el Plan Marshall (ya ves, Prada, que hasta en eso nos parecemos los hijos de Berlanga a los hijos de Eisenstein) y terminará con Castro entregando a Obama las llaves del Tropicana.
Los cubanos seguirán sin poder salir de su isla, detalle que no estropea al periodismo de vanguardia el titular “Cae el Muro”, y a la foto de Reagan y Wojtyła echando abajo el muro de Berlín opone, que es de lo que se trata, la foto de Obama y Bergoglio tirando en La Habana la muralla de Jericó, que vendría a ser, sin gracia, como la sábana que Claudette Colbert colgaba entre su cama y la de Clark Gable en “Sucedió una noche”.
En “las aguas heladas del cálculo egoísta”, la socialdemocracia triunfa por ser religión de un solo dogma: el dogma de que todo es relativo.
Principios, ¿para qué?
Como dijo del arte Juan Soriano, los principios son “como que se te metió una hormiga en el culo”.