jueves, 12 de junio de 2014

Crónica de una visita (fugaz) a las favelas

Hughes
Abc

Destaca en Curitiba el número de comercios destinados al automóvil. Concesionarios, segunda mano, tiendas de repuestos e infinitos talleres evidencian «la pasión del brasileño por el motor» y la existencia de una considerable vida industrial. Aunque el sector está en crisis, dónde no, Curitiba es una especie de Detroit brasileña, con fuerte implantación de lo automovilístico. Hay muchos comercios, un skyline desarrollado y un tráfico denso, lo que resulta siempre un indicador de vida económica.
 
El desarrollismo de la urbe, sin embargo, y pese a las evidentes preocupaciones sociales y medioambientales de los gobiernos municipales y federales, tiene el reverso de las favelas. Según los datos censales del 2013, cerca del 10% de la población total aún vivía en ellas. La realidad de la favela también es variada. Hay favelas semiurbanizadas y distintos grados de dignidad. Tampoco todo el favelismo es crimen y tráfico de drogas, aunque haya una fuerte correlación.

Contraviniendo el excesivamente prudente consejo de los empleados del hotel («No vayas o por lo menos no vayas aún» o «Ni se te ocurra atravesarla» o el paternal «No salgáis solos a partir de las nueve de la noche», que ha propiciado que los periodistas deportivos salgan a cenar en solidarios grupitos en los que, digamos, siempre es España) surge el deseo de conocer esa realidad tan cercana. Muy cerca del centro, a unos diez minutos del hotel, bordeando el río Belem, como asentamiento ribereño se levanta o más bien se desparrama la Favela de Capanema. Con décadas de antigüedad, parcialmente erradicada, sigue siendo centro del tráfico de drogas. «Has de ir con alguien de allí, hace poco balearon a un hombre». Pregunto a un taxista y me dice que puede pasearme alrededor. Otro, sin embargo, sí se atrevería a entrar. Me siento eurocéntrico y un poco cobarde, pero le sugiero una visita, una especie de rally favelístico. «Los taxis son respetados porque solo nosotros (algunos) entramos para llevarles la ayuda comunitaria». Bordeamos el entorno. Grafittis, casas en estado de ruina o casi, construcciones irregulares, chapa, ausencia de alguna pared y una barbería diminuta, habanera, sin nada más que un sillón y un espejo, cerca de la cual unos muchachos con estética Neymar, pero de verdad, pasan el rato con su estilo trapicheador y acechante.

De repente, el taxista da un volantazo...

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