miércoles, 18 de junio de 2014

A qué nos enfrentamos esta noche

Sampaoli (el que se parece a Gabriel Albiac) con su tatuador

Hughes

¿Ustedes no han sentido alguna vez al pasar por un campo vacío la tentación de cambiar el fútbol? Ahora que todo se cuestiona, por qué seguir con el 4-4-2. Poner, no sé, un 2-4-2-2 que dejara perplejo a los rivales. Pues eso que usted (y yo) ha pensado, Sampaoli, el técnico de Chile (¿por qué no les llamamos tácticos?) lo ha hecho. Puso a la Universidad de Chile, la U, a jugar en 3-3-1-3 revolucionando «la distribución de espacios». Porque Sampaoli domina los sistemas de un modo que asusta. Chile igual nos sale en Maracaná con un fiero 4-4-2 que con un 43-3 o con un ferocísimo 5-3-2. Es un entrenador multilibrillo. En eso se diferencia un poquito de Bielsa, que pudiendo cambiar tiene «Su Sistema» recogido en volúmenes como Gustavo Bueno. Se diferencia en eso, pero en lo demás se le acerca, porque comparte la misma pasión maniática por el fútbol.

Bielsa es el hombre que convirtió el chándal en ropa de pensar. Pues cómo no estará Sampaoli de lo suyo que sale a correr y en el ipad se pone sus charlas. Igual que su ídolo, tuvo que irse a Chile, porque para los los teóricos argentinos del balón, como para los economistas de Chicago, Chile es el banco de pruebas perfectos. Ese fútbol algo tiene que lo convierte en terreno experimental. Un pinochetismo, algo. Se parece también a Simeone (es el próximo Cholo) en la abnegación: «Abandoné mi familia por el fútbol, pero lo hecho hecho está». Cómo decirlo... Sampaoli es la sistematización de Bielsa con el componente apasionado, torbellino, muy Bambino, de Simeone. Y es que algo de «next big thing» tiene. De último grado en la evolución de los entrenadores hacia un más allá. Tanto que un día fue expulsado y para poder seguir dirigiendo el partido se subió a un árbol, desandando a la vez la evolutiva darwinista. Para que Sampaoli deje de entrenar lo tienen que llevar preso y entre rejas aún intentaría transmitir instrucciones telepáticas a sus zagueros.

Cuando lo ficharon por el Universidad Católica (La U) fue porque, según reconoció un directivo, «les vendió su visión». Los entrenadores modernos son así. Un día les da un parraque y se ven campeones de todo con el ColoColo y hasta lograrlo no paran. Sampaoli tiene los tres ingredientes que el fútbol moderno exige a un entrenador-entrenador: táctica por un tubo, elocuencia y pasión. Suele ir rapado como Pep y Paco Jémez, de esa forma que no acaban pareciendo un Matamoros sino un Foucault.

Sampaoli no tiene tiempo libre. Le sobra todo lo que no sea fútbol. Cuando no hay partido llega a las ocho de la mañana y se va pasadas las nueve de la noche y al llegar a casa ve (o quizá sería mejor decir visiona) DVD’s y se analiza por computador. Y no hay constancia de que deje de pensar en fútbol mientras duerme. Digamos que está embargado por el fútbol. Sampaoli tiene una energía y una implicación tal que tienen que ser los jugadores los que le consuelen a él cuando pierde un campeonato. Llora. Acumula tanta energía que se derrumba.

No ha saltado al fútbol europeo, pero porque no quiere, porque está esperando a ganar la Copa América del 2015 en Chile. En el 2016 lo veremos por aquí. Le gusta la Liga española, pero por si acaso estudia inglés e italiano (con su horario, no sabemos cómo). Hizo de La U «el Barcelona de América» y, como dicen por allí, campeonó. Pero es de origen modesto. Futbolista humilde frustrado por una lesión, luego entrenó en las ligas ecuatoriana y chilena. Así que pisar Maracaná para él será como llegar a la Basílica de San Pedro.

En Suramérica utilizan con fortuna la palabra estratego. Estrat(ego). Es uno de esos entrenadores que repiten mucho la palabra innegociable. Pero es simpático. Resulta hasta gracioso, no es santurrón, es visceral, sincero y no tiene el refinamiento retórico del posvaldanismo. Digamos que también se ha pulido por ahí. No admite tan fácilmente esa caricatura. Pero pensándolo bien, su sincera elocuencia tiene algo del candor de Lillo.