martes, 13 de mayo de 2014

Desvaríos



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    En España, con la misma ley en la mano, si un entrenador de fútbol llama “nazi” a un periodista incurre en insulto digno de sanción económica, pero si un periodista llama “nazi” a un entrenador de fútbol incurre en metáfora (contacto momentáneo de dos imágenes: por ejemplo, “nazi portugués”) de la libertad de expresión, aunque yo estoy con Antonio Colinas en que es un error reducir, como hacen los jueces, la poesía a lo intelectual.

    De jueces metidos a críticos literarios, la justicia que sale es literatura.

    –¡Se soltó la metáfora! –decían en Gibara, el pueblo de Guillermo Cabrera Infante, “para expresar un desvarío”.
    
El buen Borges contó con los dedos de una mano las metáforas esenciales: el tiempo y el río, el vivir y el soñar, la muerte y el dormir, las estrellas y los ojos, las flores y las mujeres… Luego están las metáforas caprichosas, como la que ha fascinado a los jueces, cuyo gusto estético deja el concepto jurídico en el aire, y no todos disponemos de un Aranzadi.
    
Si no lo hemos entendido mal, una esvástica en el fútbol es insulto, pero unos cuantos ministros de Svoboda en el gobierno “amigo” de Ucrania son metáfora.

    En la democracia los jueces determinan las metáforas y en la dictadura los literatos dictaban las sentencias, y sacan a colación la de Miguel Hernández, condenado por un humorista que debió de tomarse en serio las metáforas hernandinas que no salen en el disco de Serrat, como las dedicadas a Gil Robles, bastante cochinas, y a Líster, “cantero de la piedra”, como si fuera el Rosco del tendido “7”, o a Valentín González, El Campesino, “un hombre abundante de hombre”.

    –A mí lo mismo me da acostarme con una espía que con una monja –dijo en una entrevista este endriago españolísimo que moriría de jubilado en Francia–. Pero La Pasionaria hizo trasladar a su amante desde la Francia ocupada a Moscú en un avión nazi.
    
Aquí se ve cómo, a fuerza de metáforas, nos hemos divorciado de las cosas.