Jorge Bustos
También cabe interpretar la tristeza de Cristiano como
un guiño de solidaridad a los españoles que, como uno, regresaron ayer
al tajo con todo el síndrome posvacacional por fuera. Ronaldo,
en delicado ejercicio de circunspección, se hace cargo de la situación
del país y decide ponerse a tono con la desazón generalizada y rampante,
que si las modelos rusas y las montañas de euros garantizaran la
felicidad no sé qué hacemos nosotros votando cada cuatro años.
Este año además el síndrome septembrino viene con carga adicional de
victimismo porque nos tienen advertidos hasta la náusea de que se
avecina un otoño caliente, riadas de indignación, motines a duras penas
sofocados, cajeras armadas hasta los dientes, jamones en riesgo perpetuo
de escamoteo y escaparates bruñidos para que se adhieran mejor las
octavillas enfurecidas del jacobinismo en paro. Todo este programa, si
nos fijábamos bien, brillaba febrilmente al fondo inconfesable de las
pupilas de Cándido y Guerra en
Rodiezmo, el puño en alto y el pañuelico rojo al cuello como
sanfermineros expectantes segundos antes del chupinazo. De tal forma nos
han asustado con el otoño inminente que al final incurriremos en la
profecía autocumplida y pediremos el rescate sin esperar a que la prima
de riesgo marque algún pico medianamente decente.
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