Abc
Al cierre del mercado de fichajes, con los futbolistas agarrándose a su club como los marines al último helicóptero de Saigón, lo de “Iniesta Jugador del Año” es un bálsamo para la autoestima española, tocada con la suelta de Bolinaga, aunque es cierto que al “gudari” le está prohibido por el juez acudir a manifestaciones, y eso, si miramos el calendario de protestas en septiembre, es como echarlo de España.
Por lo demás, estos premios del fútbol cada vez se parecen más a los taurinos, donde el corazón tiene razones que la razón no entiende. En Bilbao, con su bizarra feria torista, Victorino sembró el pavor, pero el premio se lo han dado a Jandilla, con toretes para la merendilla.
En la socialdemocracia cotiza el buenismo de las criaturas, no la excelencia de los números, y de ahí este premio uefero al fútbol-chicle de Iniesta, por encima del fútbol estratosférico de los Messi y Ronaldo, que, además de no conceder entrevistas, ni siquiera están casados.
Después de todo, la Uefa es el antro más reaccionario de la cultura europea, y no les extrañe que Platini, el papá de Laurent, haya concedido a Iniesta el “Mejor Jugador de Europa” como un Premio Joan Gaspart al Novio del Año, y tan humilde que entró a su boda con la música de “Gladiator”.
Como españoles nos enorgullece este triunfo sobre el representante del país de Saramago. Hay que verlo como la versión posmoderna del “La, la, la” del 68, cuando Massiel le levantó Eurovisión a Cliff Richard, aunque luego Íñigo dijera que aquello fue una compra de Franco, no sabemos si con el dinero del petróleo de Sargentes de la Lora, pero la denuncia permitió a la prensa seria británica titular homéricamente: