Ignacio Ruiz Quintano
Abc Cultural
Wyoming se nos hace mayor y cualquier día, al quedarse traspuesto, se va a quemar la zapatilla de orillo en la estufa. Como Unamuno. Hace tiempo que la gente de progreso –la que al calor de una copa muestra algún signo de inquietud espiritual– ve en Wyoming al epígono de Unamuno.
Siendo casi un niño, al volver de comulgar, Miguelito (sí, hablamos de Unamuno) se decide a abrir el Evangelio al azar y pone su dedín sobre un versillo. Lee: “Id y predicad el Evangelio por todas las naciones.” Anonadado se queda Miguelito (es decir, Unamuno). ¿Deberá hacerse sacerdote?
–Pero ya entonces, como estaba en relaciones con la que hoy es mi mujer, decidí tentar de nuevo y pedir aclaraciones.
Abre otra vez el Evangelio al volver de comulgar y le sale el versillo 27 del capítulo IX de San Juan:
–Os lo he dicho ya y no habéis escuchado. ¿Para qué queréis oírlo otra vez?
Unamuno confesó que el recuerdo de aquellas palabras lo siguió durante toda su vida, lo cual explica muchas cosas en la obra de Unamuno... y en la carrera de Wyoming, cortesano como girasol del presidente Rodríguez y líder del concilio de luceros en torno a la mesa de la madrileña parroquia de San Carlos Borromeo, donde el reparto de mendrugos para la comunión ha hecho furor entre los progres, criaturas acostumbradas a comulgar con ruedas de molino. “Mendrugo”, precisamente, ha sido la palabra elegida por López Garrido, gitana de capotes del Partido, para la encuesta de un taller de escritores que tiene establecida su industria en la capital. Si es para comulgar, López Garrido pide un “mendrugo”, pero, si es para merendar, entonces se come al Niño Jesús en lunitas de jamón, como hace en el palco del Bernabéu.
La angustia, el grito y la paradoja son hoy Wyoming como ayer fueron Unamuno. Los pobres se rifan sus ocurrencias, que tanto confortan. Desde Trento, la teología española no había brillado como en Entrevías. Como un látigo resuenan allí, contra las orejas de los poderosos, las misteriosas palabras a los humildes de Moncho Alpuente, que también ha vuelto a misa: “Las prostitutas os predecerán (sic) en el reino de los cielos.” Dicen que Prieto, el Gargantúa del socialismo español, fue llevado una vez por unos amigos que querían “iniciarlo” a una “tenida” masónica: mandiles, penumbras, calaveras y espadas.
–¿Qué tal, maestro? –preguntó un apretado prietista.
–La verdad... prefiero la Misa.