José Ramón Márquez
Con cada aficionado que desaparece, la Plaza se empobrece un poco. La seriedad de Madrid no es cosa de un tendido, sino de un estado de opinión sostenido por diversos aficionados que se sientan a lo largo de sus diez tendidos, de sus gradas y sus andanadas y que a gritos o en silencio sostienen la severidad en el juicio, la insobornable afirmación de unos principios aprendidos en los largos años de la afición y la justedad en el halago o la censura. En el día de hoy la Plaza de Toros de Madrid y todos los que le hemos frecuentado hemos perdido a un gran aficionado del tendido bajo del 8, Agustín Camacho, que a sus noventa y cuatro años ha partido a reunirse con el Padre. Químico de profesión y manchego de Aldea del Rey, frecuentó junto a su padre, veterinario, las plazas manchegas, de las que se le quedó impregnado el olor a la cal húmeda con la que se enjalbegaban las tapias de las Plazas pueblerinas. Gallista de convicción, adoptó esa sublime marca de calidad como aficionado que es «ser del que lo hace», y el que lo hizo fue Domingo Ortega o fue El Cid y lo que se hizo fue cargar la suerte o salir a despachar al toro portando el estoque de verdad en vez del simulacro. En la «Teoría del Toreo» de Amós Salvador vio bien representado su estilo de afición. En esta temporada se había sacado también un abono en la Andanada del 9 «que es donde se ven bien los toros y es donde empecé», me dijo, y ahí nos saludamos por última vez el Domingo de Ramos, con su habitual sentido del humor y su franca sonrisa, que no eran otra cosa que la expresión de su hombría de bien, de su inteligencia y de su curiosidad, que le llevó a sacarse otra licenciatura a la edad de 80 años por puro amor al conocimiento. Nos despedimos para vernos en San Agustín de Guadalix, en la feria del Aficionado, y la Providencia ha dictado que contemple la Feria desde las Alturas de su nueva localidad en la Andanada Celestial. Descansa en paz, amigo.
