domingo, 13 de abril de 2025

Olano



Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


Al señor de las palomas no le gustaban las palomas. Las palomas le gustaban a Tyson, el púgil que de un solo golpe de magnesio convertía en picassos a sus rivales de ring. Picassos en el aire, eran los dinosaurios que desafiaban entre doce cuerdas a Tyson, cuando Tyson sólo se llevaba bien con las palomas. ¡Ah, las palomas!


¿Lo has visto? –le decía el duque de Pinohermoso a Pemán, que salía de su primera entrevista con Franco–. De todo, de la guerra, de la paz, de todo sabe éste más que la paloma azul.


Y Pemán pensaba: 


Lo malo es que no existen las palomas azules.


¿De qué color serían las palomas de La Coruña que el padre de Picasso pintaba para poder comer? “Pombiña mensaxeira / de branca pluma, / fálale ós emigrados / da patria sua.” Picasso padre tenía la vista cansada y Picasso hijo tenía que acabar de pintar las patas de las palomas, razón por la cual nunca pintaría más palomas con patas. Pero desde el primer momento, dice Olano, a Picasso lo acompañan en la vida las mujeres y las palomas. Su familia rabia de mujeres, y su plaza, de palomas. Y así es como Picasso nos viene dado tal que “El rey de las palomas”, obra de su amigo íntimo Antonio D. Olano, cuyos cuadernos de notas –en el sentido literario de la expresión– vuelven a relucir en el escaparate editorial de “El tercer hombre”.


Cocteau catalogó a Picasso como el primer rey comunista: un rey que amaba a España de forma desesperada.


Sus insultos son amor. Es un desesperado.


Y es que Cocteau amaba la violencia española, nuestro amor a la violencia, nuestro amor a la destrucción. “Es más hermoso quemar un cuadro que venderlo”, le dijo a Ruano en el bar de un hotel, antes de salir corriendo porque venían rumores de la puerta:


¡La guardia mora! ¡Salgamos inmediatamente a ver la guardia mora!


A Picasso sólo le faltó esa alegría coctoniana de salir a ver la guardia mora. Cuando a Max Jacob, con quien Picasso había compartido una salchicha huérfana, lo prenden los alemanes, Cocteau mueve cielo y tierra para salvarlo. Firma una carta que luego firman todos... menos Picasso, que todavía busca una disculpa:


No vale la pena hacer nada. Max es un ángel. No necesita nuestra ayuda para echar a volar y fugarse de la prisión.


Picasso, señor, en fin, de los ángeles sin alas y de las palomas sin patas. Por el libro de Olano corre el río de tanto cuento. Releer... El desandar es volver a encontrarse.