Pepe Luis al natural
José Ramón Márquez
El Niño.
Ahí tenemos, como un milagro imposible, a Pepe Luis en los carteles. Ahí, después de no sé cuántos años, después de tantos Miura y del cornadón del Miura en Sevilla, después de tanto tiempo, ahí está Pepe Luis vestido de torero, de grana y azabache, en una Plaza de Toros. Eso para quien diga que los milagros no existen. Ayer, sin ir más lejos, en Illescas, se produjo un milagro: el de volver a ver a Pepe Luis hacer el paseíllo, con la montera en la mano sobre el albero de una plaza que cuando él dejó de torear no existía ni en proyecto. Ahí abajo, con su pasito corto, tan bien liado, con su cara de niño eternamente niño, Pepe Luis dio la primera alegría de la temporada. Muchos nos conformábamos con ver ese paseíllo y con la ilusión que arrastrábamos desde que se anunció la presencia de Pepe Luis, hijo de Pepe Luis, en una corrida de toros. Quien fuese a la plaza esperando de este torero de sesenta años una faena o una serie de muletazos ligada era un iluso o un ignorante, del Niño esperábamos tan solo una trincherilla o un cambio de manos como aquel de 1990, un soplo de aire fresquísimo, de esa naturalidad innata de quien atesora el divino don de la gracia toreadora. Y Pepe Luis nos dio más. Nos dio dos redondos sublimes marca de la casa con el pecho por delante, que así se toreaba antes en Sevilla, un poco a la media altura, la suerte cargada, la mano corriendo lenta y marcando la velocidad al toro, el mando sin darse importancia, la frescura del toreo; y nos dio un natural encajado de mano baja, con el toro de nuevo hipnotizado en la muleta, natural de la naturalidad; y nos dio un cambio de mano, como quien no quiere la cosa y una trinchera larga, mandona, pura plástica sin darse importancia, de nuevo la más asombrosa naturalidad. El toreo explicado para dummies.
Y eso fue Pepe Luis en Illescas, un recuerdo emocionante de ese toreo que ya no se ve, de esa personalidad, de esa frescura, de esa ligereza sevillana, de otra Sevilla torera, ya desaparecida.
El niño.
El niño bitongo se llama, no podría ser de otra forma, Juli. A sus cinco añitos su padre le lleva vestidito de torero, azul pavo y oro, con sus medias, sus zapatillas, su monterita. Antes de empezar el paseo el niño está en el ruedo dando sus capotacillos a un carretón. El nene es lo moderno, ni con el carretón ya concibe que haya que echar la pata hacia adelante. Lo que le han enseñado. El signo de los tiempos.
El resto.
El resto es lo sabido, lo de todos los días. El más puro, aburrido e inane hastío.
El paseíllo de Pepe Luis
El niño Juli