Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Cuando la Revolución, por haber recibido una rechifla como actor en Lyon, Collot d’Herbois fue designado por la Convención para organizar la matanza de castigo en la ciudad.
Otra actriz-lúser, Ada Colau, parece ser la designada por el destino (y la partidocracia) para retirar en Barcelona la estatua de Colón, sede literaria del Buitre Buitáker, que aguarda, con Blasillo, su desahucio.
A la Generación Mejor Preparada De La Historia hay que decirle que, con una frase digna del Génesis (“Toda la noche oyeron pasar pájaros”), Colón puso en los mapas América, “Terra Psittacorum” o Tierra de las Cotorras, que en eso, oh, justicia poética, ha venido a parar la hispanidad.
Colón no espera a Copérnico para llevar a cabo (en terminología schmittiana) la “revolución espacial”, aquélla que cambia, además de proporciones y medidas, la estructura del concepto mismo de espacio. Lo ocurrido luego es otra (y muy larga) historia.
Un almirante español abre las puertas del océano y, más de medio siglo después, le siguen los almirantes ingleses, los “Corsarios de Isabel”, que dejan de ser pastores de ovejas para pasarse al “capitalismo de presa” y convertirse en “espumadores del mar”.
Con los siglos, cuando sienten que el sol se les pone, y contra el parecer de Disraeli (para Schmitt, “es inaudito que los jóvenes no sepan quién era Disraeli”), que quiere trasladar a Asia el imperio inglés, un almirante yanqui, Mahan, para mantener el dominio anglosajón, propone la unión, de nuevo, de Estados Unidos e Inglaterra en América, “la verdadera isla de los nuevos tiempos”.
Ahora, un general francés (¡Salan, Salan!) de nombre Pinatel propone dejar la Otan (ésa que según Trump nadie paga), que desde el 89 sólo sirve para mantener el “hegemón” americano, y unirnos a Rusia ante la amenaza islámica. Esto es “alta política”, y no los modales de dependientes de comercio en los políticos, como creen tertulianos y piperos de la deprimente partidocracia española.