Robleño y Escolar en la cena de Abc al Cid
José Ramón Márquez
Hoy los Escolar en Las Ventas, una de las que tenemos señaladas con rotulador fosforescente. Primera comparecencia del toro en el Isidro 2014 y primera tarde de bajar a la plaza con ilusión. Somos aficionados a los toros y esa afición empieza precisamente en el toro, al que usualmente siempre se le echan las culpas de todo lo que pasa, porque no puede defenderse ejercitando el derecho de rectificación.
Antes de ir a los Escolar, un par de cosas de metodología, como diría un tertuliano para darse pisto.
La primera es lo inconveniente de la fecha. En este domingo coincidían los Victorinos en Sevilla, la jornada de fútbol llena de emociones -para los que sean seguidores de ese sport– y el clásico día de entradas regaladas y público de aluvión. Ya se sabe que en feria los domingos no son, ni mucho menos, los mejores días. El año pasado José Escolar echó en Madrid un tremendo corridón y, como viene siendo habitual, eso no sirvió para que al Pichorrongo de Fuenlabrada se le reservase un lugar más señalado en el calendario feriante, no fuera a ser que repitiese la gesta.
En segundo lugar los cuartos: si en Francia a Escolar le pagan las corridas a lo que valen, le tienen en palmitas como ganadero, le sacan a hombros de las Plazas, le aumentan el precio del ganado automáticamente de un año al siguiente sin chalaneos, lo lógico es que sus mejores productos se vayan a donde se le trata mejor. Si estos empresarios de la razón social Taurodelta S.A. le ofrecieron al fuenlabreño un dinero x, es justo que el ganadero mandase una corrida ajustada al precio x, haciendo caso omiso del canto de sirena de los triunfos en la Primera Plaza (de Pueblo) del Mundo, pues es sabido que para el mundillo del taurineo y para su brazo político que son los revistosos del puchero, los ‘triunfos’ sólo sirven si van a favor de la obra trazada (véase a estos efectos lo que se ha publicado por ahí de la ‘gesta’ de Juan del Álamo).
Por decir una cifra, digamos que corrida de ocho kilos contrataron los de la razón social y corrida de ocho kilos les mandó el Pichorrongo, y la de dieciséis se quedó en Lanzahita para quien tenga la suerte de verla en la dulce Francia, porque a Escolar Madrid ni le da ni le quita, y esto lo repetiremos a final de feria a propósito de Miura.
Dicho lo anterior, señalaremos que la corrida no ha sido lo que uno esperaba. Lo que se esperaba era la presencia imponente, la inteligencia, las malas intenciones, la casta, la fiereza y, acaso la bravura, aunque esto último es lo de menos. Se esperaba ese toro con cuya sola presencia nace el miedo en el ruedo y en el tendido, ese toro que es duro de pezuña, que muere en el centro del ruedo o en las tablas con la boca cerrada, ese toro que cuando menos te lo esperas, te suelta un gañafón. Lo que ha habido ha sido una corrida bien presentada, seria de caras y de hechuras, pero bastante menos agresiva de lo que se esperaba, más parada, algo sosa e incluso algo blanda. Si ésta, en vez de ser de Escolar, hubiese sido de Pepe Pérez, procedencia juampedro eliminando lo anterior, hablaríamos de una interesantísima corrida de toros, pero aún reconociendo que los seis escolares sacaron cosas interesantes en lo bueno y en lo malo, no hay suficiente motivo, por desgracia, para hablar hoy de una gran corrida de toros.
La corrida la mataron Fernando Robleño –que el año pasado se mató él solito la camada entera de este hierro–, Pérez Mota -13 corridas el año pasado– y Miguel Ángel Delgado -3 corridas el año pasado–.
No sé si Robleño se tomó esta primera comparecencia en Las Ventas como de entrenamiento remunerado –imagino que no con generosidad–, pero el caso es que le salió el toro más claro del encierro, un cárdeno claro llamado Cariñoso III, número 32, con el que estuvo pajareando, tirando líneas y abusando de su oficio sin apenas decir nada a la parroquia. En su segundo, Mantecoso, número 16, volvió a tirar de oficio y demostró a la concurrencia lo bien que conoce el encaste, ahogó lo suyo al bicho y se anticipó sabiamente a los dos derrotes muy malintencionados que el toro le pegó. Poca historia la de Robleño hoy en Las Ventas, cuyos mejores días se verán a buen seguro en Francia.
Los dos de Pérez Mota, Cocinero, número 40, y Meloso II, número 12, sirvieron para demostrar a la afición que éste no tiene el grado que es la veteranía de Robleño. De Pérez Mota ya se señaló en su día en estos Salmonetes su condición de daño colateral del julismo en su época novilleril. Ahora anda buscando un sitio, en un duro camino que le lleva a verse con corridas para las que no fue preparado, reescribiendo su historia y peleando por ser torero con ganaderías de las que sus caídos ídolos juveniles no saben ni cómo se escribe el nombre. Un respeto. A diferencia del vestido de mamarracho de Luque del otro día, Pérez Mota vino a Madrid vestido de torero, como hay que venir a Madrid, que hay muchos con más contratos y con más posibles que no lo hacen.
Miguel Ángel Delgado se las vio con Dinámico III, número 18, y con Manchero I, número 19. De estos dos el más complicado fue el Dinámico; además Delgado optó por llevarse el toro a los medios donde planteó su faena en la que hubo una constante voluntad de no ceder la posición y de plantear la pelea al toro. El animal cambiaba constantemente y Delgado consiguió arrancarle dos redondos de gran mando, totalmente cruzado que representan el más auténtico toreo que se ha visto en lo que llevamos de feria, aunque el esfuerzo de este hombre, con el bagaje de tres corridas el año pasado, fue poco apreciado por el sanedrín venteño. A este primer toro lo mató por arriba, con una estocada algo desprendida de efecto eficaz. Con el segundo, que derribó por su impericia al picador Francisco Martínez, con la tarde ya vencida y con las coladas que le hizo el cárdeno, la cosa se diluyó sin pena ni gloria.
Como viene siendo habitual, las mejores ovaciones de la tarde fueron para un picador, Pedro Iturralde, y para un peón, Ángel Otero. El primero dio un espectáculo moviendo el caballo, provocando la embestida del toro y picando en su sitio, y el segundo se gustó en dos vibrantes pares al cuarto, de factura casi idéntica, en los que aguantó con gran torería la incertidumbre de la arrancada del toro.
Antes de ir a los Escolar, un par de cosas de metodología, como diría un tertuliano para darse pisto.
La primera es lo inconveniente de la fecha. En este domingo coincidían los Victorinos en Sevilla, la jornada de fútbol llena de emociones -para los que sean seguidores de ese sport– y el clásico día de entradas regaladas y público de aluvión. Ya se sabe que en feria los domingos no son, ni mucho menos, los mejores días. El año pasado José Escolar echó en Madrid un tremendo corridón y, como viene siendo habitual, eso no sirvió para que al Pichorrongo de Fuenlabrada se le reservase un lugar más señalado en el calendario feriante, no fuera a ser que repitiese la gesta.
En segundo lugar los cuartos: si en Francia a Escolar le pagan las corridas a lo que valen, le tienen en palmitas como ganadero, le sacan a hombros de las Plazas, le aumentan el precio del ganado automáticamente de un año al siguiente sin chalaneos, lo lógico es que sus mejores productos se vayan a donde se le trata mejor. Si estos empresarios de la razón social Taurodelta S.A. le ofrecieron al fuenlabreño un dinero x, es justo que el ganadero mandase una corrida ajustada al precio x, haciendo caso omiso del canto de sirena de los triunfos en la Primera Plaza (de Pueblo) del Mundo, pues es sabido que para el mundillo del taurineo y para su brazo político que son los revistosos del puchero, los ‘triunfos’ sólo sirven si van a favor de la obra trazada (véase a estos efectos lo que se ha publicado por ahí de la ‘gesta’ de Juan del Álamo).
Por decir una cifra, digamos que corrida de ocho kilos contrataron los de la razón social y corrida de ocho kilos les mandó el Pichorrongo, y la de dieciséis se quedó en Lanzahita para quien tenga la suerte de verla en la dulce Francia, porque a Escolar Madrid ni le da ni le quita, y esto lo repetiremos a final de feria a propósito de Miura.
Dicho lo anterior, señalaremos que la corrida no ha sido lo que uno esperaba. Lo que se esperaba era la presencia imponente, la inteligencia, las malas intenciones, la casta, la fiereza y, acaso la bravura, aunque esto último es lo de menos. Se esperaba ese toro con cuya sola presencia nace el miedo en el ruedo y en el tendido, ese toro que es duro de pezuña, que muere en el centro del ruedo o en las tablas con la boca cerrada, ese toro que cuando menos te lo esperas, te suelta un gañafón. Lo que ha habido ha sido una corrida bien presentada, seria de caras y de hechuras, pero bastante menos agresiva de lo que se esperaba, más parada, algo sosa e incluso algo blanda. Si ésta, en vez de ser de Escolar, hubiese sido de Pepe Pérez, procedencia juampedro eliminando lo anterior, hablaríamos de una interesantísima corrida de toros, pero aún reconociendo que los seis escolares sacaron cosas interesantes en lo bueno y en lo malo, no hay suficiente motivo, por desgracia, para hablar hoy de una gran corrida de toros.
La corrida la mataron Fernando Robleño –que el año pasado se mató él solito la camada entera de este hierro–, Pérez Mota -13 corridas el año pasado– y Miguel Ángel Delgado -3 corridas el año pasado–.
No sé si Robleño se tomó esta primera comparecencia en Las Ventas como de entrenamiento remunerado –imagino que no con generosidad–, pero el caso es que le salió el toro más claro del encierro, un cárdeno claro llamado Cariñoso III, número 32, con el que estuvo pajareando, tirando líneas y abusando de su oficio sin apenas decir nada a la parroquia. En su segundo, Mantecoso, número 16, volvió a tirar de oficio y demostró a la concurrencia lo bien que conoce el encaste, ahogó lo suyo al bicho y se anticipó sabiamente a los dos derrotes muy malintencionados que el toro le pegó. Poca historia la de Robleño hoy en Las Ventas, cuyos mejores días se verán a buen seguro en Francia.
Los dos de Pérez Mota, Cocinero, número 40, y Meloso II, número 12, sirvieron para demostrar a la afición que éste no tiene el grado que es la veteranía de Robleño. De Pérez Mota ya se señaló en su día en estos Salmonetes su condición de daño colateral del julismo en su época novilleril. Ahora anda buscando un sitio, en un duro camino que le lleva a verse con corridas para las que no fue preparado, reescribiendo su historia y peleando por ser torero con ganaderías de las que sus caídos ídolos juveniles no saben ni cómo se escribe el nombre. Un respeto. A diferencia del vestido de mamarracho de Luque del otro día, Pérez Mota vino a Madrid vestido de torero, como hay que venir a Madrid, que hay muchos con más contratos y con más posibles que no lo hacen.
Miguel Ángel Delgado se las vio con Dinámico III, número 18, y con Manchero I, número 19. De estos dos el más complicado fue el Dinámico; además Delgado optó por llevarse el toro a los medios donde planteó su faena en la que hubo una constante voluntad de no ceder la posición y de plantear la pelea al toro. El animal cambiaba constantemente y Delgado consiguió arrancarle dos redondos de gran mando, totalmente cruzado que representan el más auténtico toreo que se ha visto en lo que llevamos de feria, aunque el esfuerzo de este hombre, con el bagaje de tres corridas el año pasado, fue poco apreciado por el sanedrín venteño. A este primer toro lo mató por arriba, con una estocada algo desprendida de efecto eficaz. Con el segundo, que derribó por su impericia al picador Francisco Martínez, con la tarde ya vencida y con las coladas que le hizo el cárdeno, la cosa se diluyó sin pena ni gloria.
Como viene siendo habitual, las mejores ovaciones de la tarde fueron para un picador, Pedro Iturralde, y para un peón, Ángel Otero. El primero dio un espectáculo moviendo el caballo, provocando la embestida del toro y picando en su sitio, y el segundo se gustó en dos vibrantes pares al cuarto, de factura casi idéntica, en los que aguantó con gran torería la incertidumbre de la arrancada del toro.
Las Ventas al fondo
Los cárdenos santacolomas de agua