martes, 2 de julio de 2013

Cita a ciegas con la muerte (Limpiando la escena del crimen)




Alberto Salcedo Ramos

Dos agentes de la Policía Nacional, alertados por una llamada telefónica, lo encontraron a las dos y cuarenta de la madrugada. De inmediato acordaron el lugar.

1. Los patrulleros

Los cinco agentes saben que, antes del amanecer de este sábado, habrá un nuevo asesinato en Bogotá. Cuando reciban el aviso por teléfono, saldrán en su patrulla a practicar el levantamiento del cadáver y recoger las evidencias. Pero ahora, mientras les llega el momento de actuar, duermen a pierna suelta sobre las colchonetas del área de alojamiento (...)

2. La muerte

La Señora Muerte se soltó el moño y se encuentra de ronda. Oteando el panorama desde lo alto de un puente peatonal o agazapada en un lote baldío, cumple sin afanes su rutina. Ya ha elegido a su próximo mártir y ahora, simplemente, espera el momento de asestarle el golpe. Es capaz de sorprenderlo en el callejón más oscuro o en la avenida más iluminada. Frente a los designios de esta caprichosa dama no hay poder que valga. Los viernes por la noche su aliento se siente en toda la ciudad: en las autopistas colmadas de conductores suicidas, en las discotecas plagadas de borrachos iracundos, en las esquinas donde se entreveran el magnate y el desharrapado, en las inmediaciones de los negocios prósperos, en los barrios marginales donde impera el "sálvese quien pueda". Acaso es ella, la Señora Muerte, lo único verdaderamente democrático que existe en Colombia (...)

3. La víctima

Está tendido bocabajo, en posición fetal, a un costado de la ciclorruta del barrio Patio Bonito, exactamente en la calle 34 sur con carrera 95. Dos agentes de la Policía Nacional, alertados por una llamada telefónica, lo encontraron a las dos y cuarenta de la madrugada. De inmediato acordonaron el lugar para impedir que fuera alterada la escena del crimen. A las cuatro y diez de la mañana pusieron el caso en manos del Grupo Dos de Homicidios de la Fiscalía, cuyos integrantes se aplican ahora a la tarea de levantar el cadáver y recopilar las evidencias (...)

4. Epílogo

Pablo Emilio Arenas Lancheros fue sepultado dos días después en el Cementerio El Apogeo, sobre la Autopista Sur de Bogotá. En el entierro estuvieron presentes varios empleados de la litografía donde él se desempeñaba como mensajero y donde siempre fue considerado como un trabajador ejemplar. Contaron que al salir de la empresa, ubicada en el centro de la ciudad, se fueron a tomar cerveza en un bar cercano. Lo vieron por última vez a las doce de la noche. Su tía Inés Arenas, que fue la que lo crió, no ha dejado de llorarlo. Lo que más le duele -dice- es que Pablo Emilio murió el día antes de comprar un balón de fútbol que le había prometido a su hijo Johan David (...)

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