lunes, 29 de julio de 2013

El cuchillo de postre de Atapuerca



Casa Arsuaga
José Ramón Márquez

Es que no falla. Cuando llegan los calores, hacia julio, pasado San Pedro, no hay año que no asome Arsuaga a vendernos la moto de la Gran Dolina. Parece mentira, pero año tras año, cada vez una cosita. Lo último, lo del cuchillo de tres centímetros, cuchillo de postre, cuchillo de untar mantequilla, que ha aparecido tras remover la torta de hectómetros cúbicos de tierra. Un ínfimo cuchillo de tres centímetros que no constaría como cuchillo ni siquiera para los avezados oficiales de inmmigración estadounidenses, que ha aparecido entre toneladas y toneladas de tierra burgalesa. Un cuchillo ínfimo que viene a demostrar que los antiguos hombres que habitaron por la zona de Ibeas ya untaban la mantequilla y pelaban la fruta, a la espera de que Colón trajese la alubia de América, que a cambio de las Leyes de Burgos el nuevo mundo nos proporcionó las alubias de Ibeas.

Otro de estos años Arsuaga presentó unos huesos roídos que a su leal saber y entender significaban que los antiguos burgaleses eran de tendencias antropófagas y que, a falta del lechazo de Casa Antón, no le hacían ascos a hincarle el diente a su prójimo. Como aquel que dice ‘mata a un cochino y verás a tu vecino’, uno se imagina a aquellos paleoburgaleses, con el hambre que pasarían aquellas criaturas, viendo al prójimo como Charlot al otro buscador de oro en La quimera del oro, en una premonición gloriosa de lo que milenios más tarde llegaría a ser el cochinillo asado de Casa Coque, en Humanes de Madrid.
En realidad, lo que Arsuaga nos demuestra con sus chinitas en el camino, con este rosario dosificado anualmente de descubrimientos sensacionales, es que aquellos tipos eran tan españoles como cualquiera, acuciados por las dos grandes inquietudes del español: el alimento (desde la fames Calagurritana hasta el Hidalgo del Buscón), y el piso (desde los que encontraron esta cueva de protección oficial hasta los de los deshaucios). A su modo, Arsuaga también sigue en lo mismo. Por la parte del alimento, que lo digan, si quieren, los de Casa Ojeda; y por la parte del pisito, que ahí está para estupefacción de las venideras generaciones la cristalina ‘Catedral del Mono’ asentada en el solar donde estuvo acantonado el Regimiento Ligero de Caballería Acorazada España número 11, Sic obvia frungit, mi regimiento.