Abc
Cuando una cultura siente que su final se acerca, manda a llamar a los curas.
O sea, a los moralistas.
En España, españolejos.
No hay ahora mismo rincón donde el españolejo (normalmente mientras te tanga) no te suelte un sermón.
El españolejo sermonea a derechas y a izquierdas.
El españolejo a izquierdas sostiene que la Inglaterra ochentera de Thatcher fue moralmente inferior a la Rumanía setentera de Ceaucescu que se nos proponía como modelo de “república platónica” en la Complutense.
El españolejo a derechas sostiene que el monarquismo constitucional es moralmente inferior al cojonudismo republicano, esa política barullesca destinada a borrar antecedentes para pasarse al moro.
Arquetipo de españolejo en su salsa es aquél que don Niceto Alcalá Zamora, tribuno de las “multitúes”, saca a relucir en sus diarios de presidente de la República:
–El liberalismo de mi espíritu y la imparcialidad del cargo me han llevado a tener en la Presidencia funcionarios de todos los matices… Verdaderamente reaccionario hay uno solo, y bastante corto de entendimiento por añadidura, el cual, alegando que nació o se crió en una aldea de Priego (pueblo del presidente), consiguió primero la portería mayor de la Presidencia del Gobierno Provisional, y luego en la de la República, con ascenso y ventajas que pasaron de duplicarle el haber. Tipo elevado de conservador intransigente, de origen humilde, cultura nula, suerte inesperada y menester subalterno, tan pronto se ha removido el problema del artículo 81 (la trapisonda azañista para birlarle “constitucionalmente” el sillón a don Niceto) y ha visto la posibilidad de que yo me vaya, ha dado en pronunciar dentro de palacio mítines subversivos, por lo que ha habido que llamarle la atención. Está visto que el hombre mira el empalme en sus funciones y procura ponerse bien con el Frente Popular, por lo que pueda ocurrir.
Españolejos. Por lo que pueda ocurrir.