Jon Manteca
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Se dice que la Historia evoluciona sin programa de mano. Que el Petrarca no hizo rueda de prensa para advertir: “Atención, señores, que conmigo está empezando el Renacimiento”.
Pero eso era antes.
Hoy nos adentramos en otro Renacimiento y todo Madrid lo sabe.
San Isidro le pone una carpa a Hemingway, de quien Borges pudo decir: “Fue medio compadre y terminó matándose porque se dio cuenta de que no era un gran escritor. Eso lo salva”.
Y los jefes de los estudiantes le preparan un mayo francés al Gobierno, con los apuntes por adoquines.
A nuestros estudiantes les pasa lo que a nuestras liebres, según Dumas: se mueren de viejos. Estudiar es su oficio de por vida. Antes se metían en la tuna y ahora se meten en el sindicato: han cambiado las cintas de la capa por la pañoleta palestina.
Ninguno de esos líderes estudiantiles que salen en los papeles ha terminado sus estudios (entre todos no sacaríamos ni para un graduado escolar) y ya suman más años que una bandada de loros. Para “épater le bourgeois”, se declaran castristas, a sabiendas de que el castrismo no les conviene nada: Castro te despacha la carrera en un santiamén (ahí está Llamazares, recibido de doctor en una vacación en La Habana) y luego no te deja montar mayos franceses en su empedrado.
No sabría decir qué me produce más alipori, si un viejo con capa de tuno estudiantil cantando “Clavelitos” o un viejo con kefiya de sindicalista estudiantil jugando a fascista por la jeró.
Añoro a Jon Manteca, aquel cojo de España, el cojo de Quevedo llevando en hombros al ciego, que era Gonzalón, otro que tal bailaba. Y baila.